Hace unas semanas llegó a mi casa un libro a través de mi
amiga Teresa. Además de otras cosas, nos une la literatura y el placer de leer todo
lo que toca Carmen Martín Gaite. A mí
concretamente ese lenguaje sencillo en apariencia, correcto, sincero y en busca
del interlocutor que comienza por ella misma, me hace repasar párrafos tanto de
sus artículos, de sus ensayos o de sus cuentos y novelas como si de poesía se
tratase: volviendo a ellos, pasado un tiempo, una y otra vez.
Recomiendo
este libro porque habla a través de una correspondencia de más de veinte años,
de la amistad sin ñoñerías ni falsos halagos, de la literatura, de la necesidad
de todo artista, quizás de todo ser humano, de un interlocutor sincero, que de
argumentos inteligentes y coherentes cuando realiza el complicado y valiente
acto de la crítica a los amigos.
Y como la
mejor forma de hablar de un libro es dejándolo que se exprese por sí mismo, he
seleccionado algunos párrafos de “Más difícil todavía”, aunque la elección no
ha sido nada fácil.
Más difícil todavía
“En el último País dominical que, por conmemorar su número
200, recogía algunas frases de personajes famosos entrevistados en sus páginas,
se incluía entre ellas una del escritor Juan Benet, quien, al parecer, declaró
en una entrevista el pasado 23 de noviembre: <<Escribir una novela con
argumento es lo más fácil del mundo. Lo difícil es hacerlo sin
argumento>>.
Los
términos en los que aparece formulada esta frase (o al menos así, desvinculada
del conjunto de la conversación, ya que ignoro si Benet diría alguna otra que
ampliara o modificara el tema) más parecen acercarla a un axioma tajante que a
una opinión personal. No dice que para él resulte fácil escribir una novela con
argumento, sino que es lo más fácil del mundo, se entiende, creo yo, que para
cualquiera; con cuya enunciación deja por mentiroso, por ejemplo, a Flaubert,
que, según el abundante testimonio de sus confesiones, sudó tinta para escribir
Madame Bovary , y quien, si ahora levantara
la cabeza, tal vez se limitase a sonreír, recordando como entre la bruma
aquellos lejanos agobios, y a contestarle a Juan Benet con la limpieza total de
encono y la indolencia para meterse en polémicas que debe proporcionar por
esencia el hecho de estar ya muerto: <<Pues mira, hijo, ¿qué te voy a
decir? Mi palabra contra la tuya: ¡no!>>. […]
Porque, bueno, vamos a dar por válida la afirmación de Benet
que ha merecido ser destacada como frase lapidaria entre todas las que
pronunció en su entrevista, <<díjolo Blas, punto redondo>> ,de
acuerdo, escribir novelas sin argumento eso sí que es difícil, muy bien, ¿y con
eso qué?, ¿qué le importa a nadie, a la hora de valorar las excelencias finales
de cualquier producto, tener en cuenta las dificultades que jalonaron su
elaboración? ¿Va a ser bueno porque haya sido solo difícil de hacer? Yo no lo
creo, no creo que en la obra literaria –como en ningún tipo de obra que nos
presenten concluida– deba admitirse la retórica del <<más difícil
todavía>> como aval que garantice nada.
El único
terreno donde parece haberse establecido como tradicionalmente admisible la
sinonimia entre mérito y dificultad es en los espectáculos circenses; […] Un
libro, cuando cae en nuestras manos, lo que tiene que lograr es interesarnos,
hechizarnos, saber embaucarnos, por el procedimiento que sea, para que lo
leamos con placer.. Hay muchos críticos, ya lo sé, que son de la opinión
contraria, para quienes la valoración suma de una obra literaria se plasma en
ese comentario que a veces emiten con gesto grave y solemne al decir:
<<Es una novela muy difícil>> […] , cuando consigue que le preste
credibilidad a lo que me está contando –tenga mucho argumento o tenga poco–
digo que el libro es bueno. No pienso en nada más. Lo que le haya costado o
dejado de costar dar entidad a esa historia al autor que, en la sombra de su
taller, se devanaba los sesos buscando la fórmula más apropiada para que el
texto resultara como ha resultado, eso (para decirlo con frase que seguramente
será grata a Juan Benet) <<son pláticas de familia de las que nunca hice
caso>>
Carmen
Martín Gaite
Con el tiempo ella se cansó de su papel y le pidió a Benet más atención al acto. Y Benet se revolvió como la fiera a la que se impide ejercer la dignidad de su especie. Así que la correspondencia se fue haciendo cada vez más escasa y tartamuda, y aparecerá incluso el rencor en 1970 cuando ella observe que Benet se está desviando hacia otra meta literaria menos pasional, más fría, más técnica, aunque quizá más sabia, y con esa crueldad que solo ejercen impunemente algunas mujeres, le dirá cuatro verdades que Benet no habría soportado de absolutamente nadie.
El final, el terrible final, es el de dos extraordinarios escritores agotados, derrotados por la vida y por el arte, que se encuentran, como la pareja de Bergman al final de Escenas de un matrimonio, cada uno en una esquina de la habitación vacía, sentados en el suelo con las rodillas abrazadas y tratando de entrever a la luz de un fuego que se apaga los viejos rasgos, los amados rasgos de alguien que años atrás había sido el domingo de la vida.
Félix de Azúa es escritor.
El final, el terrible final, es el de dos extraordinarios escritores agotados, derrotados por la vida y por el arte, que se encuentran, como la pareja de Bergman al final de Escenas de un matrimonio, cada uno en una esquina de la habitación vacía, sentados en el suelo con las rodillas abrazadas y tratando de entrever a la luz de un fuego que se apaga los viejos rasgos, los amados rasgos de alguien que años atrás había sido el domingo de la vida.
Félix de Azúa es escritor.
Pues yo opino algo parecido, si un libro no se hace querer, que más da que encierre toda la sabiduría o todo el esfuerzo del mundo, algo faltará o sobrará para que el lector no quiera que forme parte de sí mismo.
ResponderEliminarSiempre me ha gustado Martín Gaite porque al margen de como escriba, que también es estupenda, despierta los sentimientos y las relaciones entre personas. No tendré más remedio que leerme el libro.
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