miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un cuento



En todas las entradas de este blog he ido dando puntadas alrededor de la literatura sin llegar al pespunte. Hoy será la creación literaria la que hable a través de mi cuento favorito. Siento pudor al reconocer que lloré como una niña cuando lo leí la primera vez y que me sigue emocionando después de no sé cuantas relecturas. Por eso ahora que se acerca la Navidad, y aunque algunos nos resistamos cada año a ponernos un poco más sensibles, quiero compartirlo con vosotros.

Soy de las que opina que un cuento por corto que este sea, sin profundidad, sin una idea que fluya como un río subterráneo debajo de toda la narración, una idea que lo justifique, no tiene razón de ser. Se quedará en mera anécdota, en artículo o en crónica. Y Si no somos capaces de adentrarnos en esa idea para a través de ella genera emociones, nuestro cuento quedará vagando en el camino fácil de la enumeración anecdótica de sucesos contados con mayor o menor ingenio.

Por otro lado, si algo necesita ser creíble es un cuento. En general toda la ficción, pero quizá el cuento por intensidad y brevedad aún más. La realidad no necesita de la verosimilitud para existir por extraña que nos resulte a veces cuando nos la narran, pero la ficción exige siempre que los hechos que nos cuentan sean verosímiles. Entre otras cosas porque acabaría con la emoción que da el fisgonear en un momento concreto de la vida del otro, lo que en la vida real estaría muy mal visto. Esa ilusión hace que reflexionemos sobre nosotros mismos a través de las historias de otros y que den a nuestra forma de entender el propio pasado y presente una mayor lucidez.

Bueno, os dejo con la magia de la literatura de la mano de una de las grandes escritoras de habla hispana del siglo XX.



Al Colegio. Carmen Laforet (1)

Vamos cogidas de la mano en la mañana. Hace fresco y el aire está sucio de niebla. Las calles están húmedas. Es muy temprano.

Yo me he quitado el guante para sentir la mano de la mano de la niña en mi mano y me es infinitamente tierno este contacto, tan agradable, tan amical, que la estrecho un poquito emocionada. Su propietaria vuelve hacia mí la cabeza, y con el rabillo de los ojos me sonríe. Sé perfectamente la importancia de este apretón, sabe que yo estoy con ella y que somos más amigas hoy que otro día cualquiera.

Viene un aire vivo y empieza a romper la niebla. A todos los árboles de la calle se les caen las hojas, y durante unos segundos corremos debajo de una lenta lluvia de color tabaco.

‑Es muy tarde; vamos.

‑Vamos, vamos.

Pasamos corriendo delante de una fila de taxis parados, huyendo de la tentación. La niña y yo sabemos que las pocas veces que salimos juntas casi nunca dejo de coger un taxi. A ella le gusta; pero, a decir verdad, no es por alegrarla por lo que lo hago; es, sencillamente, que cuando salgo de casa con la niña tengo la sensación de que emprendo un viaje muy largo. Cuando medito una de estas escapadas, uno de estos paseos, me parece divertido ver la chispa alegre que se le enciende a ella en los ojos, y pienso que me gusta infinitamente salir con mi hijita mayor y oírla charlar; que la llevaré de paseo al parque, que le iré enseñando, como el padre de la buena Juanita, los nombres de las flores; que jugaré con ella, que nos reiremos, ya que es tan graciosa, y que, al final, compra­remos barquillos ‑como hago cuando voy con ella‑ y nos los comeremos alegremente.

Luego resulta que la niña empieza a charlar mucho antes de que salgamos de casa, que hay que peinarla y hacerle las trenzas (que salen pequeñas y retorcidas, como dos rabitos dorados debajo del gorro) y cambiarle el traje, cuando ya está vestida, porque se tiró encima un frasco de leche condensada, y cortarle las uñas, porque al meterle las manoplas me doy cuenta de que han creci­do... Y cuando salimos a la calle, yo, su madre, estoy casi tan cansada como el día en que la puse en el mundo... Exhausta, con un abrigo que me cuelga como un manto; con los labios sin pintar (porque a última hora me olvidé de eso), voy andando casi arrastrada por ella, por su increíble energía, por los infinitos “porqué» de su con­versación.

‑Mira, un taxi. ‑Éste es mi grito de salvación y de hundimiento cuando voy con la niña... Un taxi.

Una vez sentada dentro, se me desvanece siempre aquella perspectiva de pájaros y flores y lecciones de la buena Juanita, y doy la dirección de casa de las abuelitas, un lugar concreto donde sé que todos seremos felices: la niña y las abuelas, charlando, y yo, fumando un cigarrillo, solitaria y en paz.

Pero hoy, esta mañana fría, en que tenemos más prisa que nunca, la niña y yo pasamos de largo delante de la fila tentadora de autos parados. Por primera vez en la vida vamos al colegio... Al colegio, le digo, no se puede ir en taxi. Hay que correr un poco por las calles, hay que tomar el metro, hay que caminar luego, en un sitio determina­do, a un autobús... Es que yo he escogido un colegio muy lejano para mi niña, ésa es la verdad; un colegio que me gusta mucho, pero que está muy lejos... Sin embargo, yo no estoy impaciente hoy, ni cansada, y la niña lo sabe. Es ella ahora la que inicia una caricia tímida con su manita dentro de la mía; y por primera vez me doy cuenta de que su mano de cuatro años es igual a mi mano grande: tan decidida, tan poco suave, tan nerviosa como la mía. Sé por este contacto de su mano que le lote el corazón al saber que empieza su vida de trabajo en la tierra, y sé que el colegio que le he buscado le gustará, porque me gusta a mí, y que, aunque está tan lejos, le parecerá bien ir a buscarlo cada día, conmigo, por las calles de la ciudad... Que Dios pueda explicar el porqué de esta sensación de orgullo que nos llena y nos iguala durante todo el camino...

Con los mismos ojos ella y yo miramos el jardín del colegio, lleno de hojas de otoño y de niños y niñas con abrigos de colores distintos, con mejillas que el aire ma­ñanero vuelve rojas, jugando, esperando la llamada a clase.

Me parece mal quedarme allí; me da vergüenza acom­pañar a la niña hasta última hora, como si ella no supiera ya valerse por sí misma en este mundo nuevo, al que yo la he traído... Y tampoco la beso, porque sé que ella en este momento no quiere. Le digo que vaya con los niños más ‑pequeños, aquellos que se agrupan en un rincón, y nos damos la mano, como dos amigas. Sola, desde la puerta, la veo marchar, sin volver la cabeza ni por un momento. ‑Se me ocurren cosas para ella, un montón de cosas que tengo que decirle, ahora que ya es mayor, que ya va al ‑colegio, ahora que ya no la tengo en casa, a mi disposi­ción a todas horas... Se me ocurre pensar que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la vaya separando de mí ‑trabajo, amigos, ilusiones nuevas‑, la irá acercan­do de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo...

Y todo esto quizá sea falso... Todo esto que pienso y que me hace sonreír, tan tontamente, con las manos en los bolsillos de mi abrigo, con los ojos en las nubes.

Pero yo quisiera que alguien me explicase por qué cuando me voy alejando por la acera, manchada de sol y niebla, y siento la campana del colegio, llamando a clase, por qué, digo, esa expectación anhelante, esa alegría, porque me imagino el aula y la ventana, y un pupitre mío pequeño, desde donde veo el jardín y hasta veo clara, emocionantemente, dibujada en la pizarra con tiza amari­lla una A grande, que es la primera letra que yo voy a aprender...



(1) Texto de la edición de 1996. Es un relato que pertenece al libro Madres e hijas. Barcelona: Editorial Anagrama. Págs. 35-38

Deseo que este cuento os haya proporcionado algunos momentos de felicidad. Feliz Navidad a todos los que me acompañáis en este blog.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Belleza y Crueldad


¿Qué sucedería hoy con un príncipe, conde, sobrino de San Carlos Borromeo,  sobrino del Papa, casado  con su prima, hija del marqués de Pescara, una de las mujeres más hermosas de su tiempo que la  asesinase a ella y a su amante? Bueno, seguro que hay, visto los tiempos que corren, múltiples respuestas, pero yo os voy a contar lo que sucedió con Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa y conde de Conza( Nápoles, h 1560 – ib. , 1613).

Carlo Gesualdo encarna el prototipo de artista brillante, digno de la mejor novela negra y que ha inspirado desde una ópera basada en su vida en 1995 a Schnittke, una novela a Anatole France, una ópera a Franz Hummel o un cuento a Cortazar. Por no hablar de Anna Calvi, Franco Battiato y se comenta que Bertolucci planea hacer una película sobre la vida y música de este hombre del Renacimiento que fue “convenientemente” olvidado porque parecía incongruente que una obra tan hermosa pudiera estar manchada de crimen, corrupción, desintegración personal e incoherencia vital. Es un personaje que deja a la luz del día la unión entre Maldad y Bondad, Equilibrio y  Desmesura o Corrupción y Belleza. En fin, todos los reversos de la moneda que encontramos en la vida misma. Este asesinato en el Renacimiento se contemplaba como una defensa frente a la agresión de los otros. –me viene a la memoria la figura de Cesar Borgia, otro príncipe de la época–. Y bajo este prisma se ha justificado la guerra, el dominio de unos pueblos sobre otros y el mandato del fuerte sobre el débil hasta disculpar casos de extrema crueldad.




El arte está plagado de historias épicas y bellas imágenes de guerra, destrucción y muerte. Todos los pueblos han convivido con dioses buenos y malos, dioses del amor y la guerra. No hay mas que revisar la mitología persa, la egipcia, la china o la griega entre otras, donde los dioses encarnan todas las pasiones humanas. El dualismo entre las tinieblas y la luz ha sido acicate y generador de creatividad en el arte y hasta en la vida. Nadie puede negar que se necesita ser creativo para convertirse en un asesino en serie, un estratega de los negocios o de la guerra o en el dirigente de una gran potencia. La literatura nos muestra el mundo de los sadomasoquistas, los asesinos, los maltratadores,  dejándonos personajes por los que sentimos el mismo grado de atracción que de rechazo. Así tenemos el Frankenstein de Mary W. Shelley, El monje de Mattew Lewis, Drácula o Mr Hyde, solo por citar algunos.   

En la noche del 16 de octubre de 1590, un hombre recorre los pasillos de  su palacio con un manojo de llaves, copias que él mismo había encargado temiendo encontrar alguna puerta cerrada.  Lleva dos años casado con su prima  María de Avalos y ha descubierto que ella está enamorada de Fabrizio Carafa, Duque de Andria. A pesar de los esfuerzos de los amantes por mantener el secreto, al final  ha llegado a oídos de Carlo. Astutamente ha hecho correr la voz de que estaba lejos en una cacería, sin embargo,  en el Palazzo San Severo de Nápoles se oye su aliento agitado mientras,  por la casi desierta mansión, con el solo ruido de las puertas que se abren  y se cierran a su paso, y con la fiebre de la venganza en los ojos, no le importa la oscuridad que le rodea. Lleva una  sola vela que alarga su figura y lo hace aún más temible. Los sorprende infraganti y apuñala numerosas veces a María mientras grita: ”Aún no ha muerto! Aún no ha muerto! Los asesina con un ensañamiento  y crueldad que hasta para la época va a ser escandalosa: deja sus cuerpos mutilados, desnuda ella  y con el camisón de su amante a Fabrizio, ensangrentados, enfrente del palacio para que todos puedan verlos.  Dos criados de su confianza le ayudan en tan bárbaro acto. Se siente victorioso y si se refugia en su castillo- fortaleza de la villa de Gesualdo. No lo hace para huir de la justicia, –según el Derecho de la época los asesinatos estaban justificados por las circunstancias–, sino por buen gusto, para no exacerbar los ánimos de los familiares de los asesinados. Así que Gesualdo se marcha, según las crónicas, por cortesía y pundonor. El caso se archiva al día siguiente, “por orden del preboste por cuanto la notoriedad de la causa justa de la cual fue afrentado don Carlo Gesualdo, Príncipe de Venosa para castigar a su mujer y al duque de Andria”.

Es muy interesante ver la relación entre su música y los textos, unos suyos y otros de Torquato Tasso, al que conoció en Ferrara donde fue tras su doble crimen.  Llama la atención por sus disonancias y las armonías tan expresivas, lo que nos hace intuir ya la música barroca. Posiblemente porque cultivó el arte de la música para su propio placer (pocos eran los que en el Renacimiento podían hacerlo) pudo modernizar  el lenguaje armónico, brillando con originales innovaciones formales y llenando sus composiciones de un cromatismo extremo. Igor Stravinsky  dijo de su música: “esto es cromatismo y no las chapuzas de ese torpe de Wagner”.  Su catálogo nos ha llegado incompleto, aunque se sabe que no fue un autor prolífero: Entre 1594 y 1611 escribió cinco libros de Madrigales, dos libros de Canciones Sacras en 1603, Responso de la Oscuridad para Semana Santa y cuatro motetes a María. Sus estrechas relaciones con la Iglesia hicieron que su obra no sufriese los recortes de la censura y que, dado lo marcado de su personalidad, tampoco se dejase influir demasiado por la época, por lo que su obra nos parece al escucharla que fluyese libre por caminos intensos y oscuros.
           
Gesualdo comenzó a frecuentar el palacio-residencia de los D'Este, una familia principesca de Ferrara y uno de los centros musicales más experimentales de Italia, donde conoció a Leonora D'Este, sobrina del duque de dicho nombre. Ese periodo fue uno de los más creativos del autor manierista. Allí vio la luz el famoso “Concerto delle donne”, pensado para tres famosas cantantes italianas e ideó muchos de sus madrigales exclusivamente para su deleite. Al volver casado con Leonora a su castillo se volcó de manera obsesiva en la composición dando rienda suelta a su gran creatividad. Los expertos aseguran que sus composiciones intensamente cromáticas fueron compuestas en este periodo.

            No ha de extrañarnos que la relación con su segunda esposa también fuese mala. Esta mujer, victima de una refinada y perversa mente, lo acusó de abusos(los cuales, como es de esperar, han llegado imprecisos). Lo que sí sabemos es que la poderosa familia dÉste intentó conseguir el divorcio del príncipe y Leonora sin conseguirlo y que, tras la muerte de Gesualdo un tiempo más tarde, se insinuó que estaba su esposa. La leyenda negra que acompaña al personaje habla de que asesinó al segundo hijo de su primer matrimonio al no ver en el rostro del niño sus propios rasgos, dudando así de su paternidad; y a su suegro cuando vino a buscarlo clamando justicia para su hija muerta. No tenemos constatación oficial de estos últimos crímenes y no sabemos qué hay de atribuible a que fuese principalmente en el Romanticismo, donde todo se exacerbaba, cuando musicólogos y biógrafos se interesaron por los músicos renacentistas.

           Como es natural, esto pasó factura a la mente de Gesualdo. Sus composiciones extremas como :  moro, lasso, al mio duolo o, Beltà, poi che t'assenti, que más abajo os dejo con la letra original y la traducción, están compuestas mientras se hacía flagelar por sus sirvientes y coleccionaba reliquias que su tío San Carlo le proporcionaba para curar sus problemas mentales.

            En este escenario de vida tormentosa y enfermedad mental, el autor escribía sus propios textos llenos de belleza, emoción y expresividad y componía la música adecuada a estos y a otros que no eran de su creación. Utilizando unos pasajes sorprendentes, una música inusualmente expresiva y cromática, considerada por muchos como una de las más bellas compuestas jamás y, utilizando unas progresiones que no escucharemos hasta el siglo XIX, este genio y asesino murió  cuando a un sirviente obligado a utilizar el látigo se le fue la mano.



Beltà, poi che t'assenti,
Come ne porti il cor; porta i tormenti.
Chè tormentato cor può ben sentire
La doglia del morire,
E un'alma senza core
Non può sentir dolore.

Belleza, ya que te ausentas,
Y te llevas el corazón; lleva contigo también los tormentos.
Que un corazón atormentado bien puede sentir
El intenso dolor del morir,
Mas un alma sin corazón
No puede sentir dolor