Pero mira que nos gusta etiquetar, teorizar, clasificar o componer a modo de cantata esas opiniones gastadas, por siempre dichas, a las personas y a las cosas. A mí la primera.
He leído en
el blog de un señor, un intelectual de provincias pero de calado, que le
molestan los mercadillos ambulantes porque dejan las calles como callejones, y
las señoras que van a la compra con sus carritos porque le dan en los tobillos,
y los viandantes con los que tiene la mala suerte de tropezarse –todo según él–
porque lo dejan maloliente. ¡Pobre hombre!, de verdad, con tanto avance ¿a
nadie se le ha ocurrido un tele transportador para que este señor no tenga que
pasar por estos “arrabales del medievo”
al ir a su trabajo o a comprar sus libros de Historia? Va a ser porque estoy
acostumbrada a vivir cerca, muy cerca del Zacatín, va a ser porque vivo entre
perroflautas, titiriteros, músicos de violín desconchado, pintores de suelo,
amas de casa que van al mercado de “San Agustín” ,juglares y gitanas que venden
romero, por lo que me siento una afortunada de la vida al sacar a pasear a mi
perro –sí señor, tengo perro, pero voy con mi bolsita y recojo sus cacas, aunque no tengo recipiente para
sus pipis(todo se andará)– y encontrarme esa corrala viva y heterogénea que ha
creado una España salida de la exquisitez de comunión y novena,
llena de hombres y mujeres capaces de apreciar, sin populismos del diecinueve, la cultura. No la cultura del pueblo, ni la
cultura con o para el pueblo. La cultura.
Amigos lectores, esta vez, nada más.