lunes, 25 de febrero de 2013

La danza de Anna Magdalena


Este cuento se publicó en la revista "Diotima de Mantinea" en junio del 2008. Esta es la primera vez que publico en el blog uno de mis cuentos, y he elegido este, del que se ha dicho que es controvertido. Va dedicado a Mercedes, y a todos los que quieran leerlo.






Hoy es 29 de julio de 1750. Son las siete y cuarto de la noche. Falta una hora exacta para que uno de los mayores genios que dará la humanidad muera.

Durante el último año sus ojos habían ido perdiendo visión hasta dejarlo completamente ciego y, tras darle muchas vueltas, decidió hace unos días, someterse a una operación de cataratas. El doctor Taylor le había dado grandes esperanzas y él quería volver a ver los destellos del órgano de su iglesia, la preciosa letra con la que su esposa copiaba sus partituras y, por encima de todo, sus bellos ojos grises llenos de admiración cuando tocaba para ella una de sus nuevas composiciones. Habían tenido 13 hijos y juntos disfrutaron compartiendo lo que había sido su pasión y su medio de vida: la música.

La habitación se encontraba en penumbra. Sólo un candelabro encima de la mesa cercana a la cama alumbraba la figura del músico. Anna Magdalena miraba su rostro apoyado en el lecho de muerte y lloraba silenciosamente; aunque era una mujer fuerte, esos ojos hinchados y deformados en el rostro que tantas veces había besado y acariciado le partían el alma. Llevaba prendida a la cintura de su vestido una rosa roja que su hijo Johann le había traído del jardín. Si los lectores no temen pincharse con sus espinas les invito a que se acerquen para admirar su color y aspirar su fragancia, pues es fundamental en esta historia…



Con los ojos puestos en la ventana, su mente voló hacia el día en el que se conocieron. Lo recordaba como si fuese ayer mismo… Köthen, ella acababa de llegar a esa bulliciosa ciudad y recorría junto a su tía las tiendas de moda. Deseaba renovar su vestuario para las                 actuaciones de ese invierno. Recientemente había obtenido un buen trabajo como soprano y disponía de algún dinero propio. No quiso pedirle nada a su padre. Se sentía orgullosa de su independencia. Él, también músico, se había encargado de que tuviera una buena educación, cosa poco corriente para una mujer de su época. La mañana lucía clara y, aunque hacía frío, el sol ayudaba a entibiar aún más su ánimo. Se sentía feliz. Caminaba con la coquetería de sus veinte años del brazo de su tía por una concurrida acera cuando una bonita iglesia le llamó la atención y quiso ver su interior. Al abrir la pesada puerta todo su ser tembló al escuchar un sonido que no parecía de este mundo. Sintió que sus pies se despegaban del suelo y sus ojos quedaban clavados en la blanca bóveda por la que subían unos enormes tubos que vibraban atronadoramente para gloria de Dios. Al organista no podía verlo. No había nadie más allí abajo, sólo ella y esos ecos expandiéndose por el aire, inundando todo el espacio. La música alumbrando con su claro timbre toda la iglesia. Aquello no era música sino pura alquimia, mezcla de los dorados y la luz que entraba por las vidrieras. Allí dejó de existir el aire para hacerle sitio al sonido que parecía salir de la mismísima mano de Dios y Magdalena pudo entender lo que era la Eternidad y el Infinito. Perdió la noción del tiempo, de la materia, de la vida misma. Cuando cesó la música, parecía como si una gran tormenta hubiese cambiado el paisaje; no sabía cuanto tiempo llevaba allí plantada en la misma postura, etérea. La capa había resbalado de sus hombros hasta caer al suelo. En el enorme vacío que había quedado, vacío de universo, vacío infinito, vio aparecer la figura de un gigante, imponente en sus andares. Supo al instante que su espíritu, su mente y su corazón eran superiores al resto de los hombres.




La voz alterada de su hijo la hizo volver a la habitación de nuevo.
- Madre, dice que quiere oír música antes de morir. 
La voz de Christian tenía un tono demasiado alto y nervioso, poco conveniente dadas las circunstancias. Su madre lo miró severamente, aunque entendió su desconcierto. Con voz serena y acentuando las sílabas más de lo normal le dijo:
-Reúne a tus hermanos, Christian, y preparad el coral que dictó vuestro padre la otra tarde. De todos los hijos éste es el que más se parece a su padre –pensó–, pero nunca tendrá su talento ni su calidad humana. 






Cuando salió de la alcoba su hijo, se acercó a la cama y de rodillas cogió las delgadas y larguísimas manos de él entre las suyas; aún se notaban fuertes. Aunque no era mucho más alto que ella, aquel día en la iglesia, le había parecido muy grande, majestuoso y, para el resto de su vida, siempre lo vería ya así. Sonrió por un instante al recordar cómo recogió su capa azul del suelo y salió apresuradamente de allí temblando como una hoja al ver que el gran Bach en persona se dirigía hacia ella.

La tarde que Sebastian pidió su mano, su padre seguía sin entender por qué teniendo un futuro prometedor se empeñaba en casarse con un hombre de treinta y siete años, viudo, rodeado de hijos y para colmo de males, pobre. Le costó convencerlo pero, al final, le hizo entender que realmente era una boda por amor. Incluso ahora que empezaba a estar lejos de ella, en otro espacio y tiempo se sentía sobrepasada por ese hombre al que seguía amando con todas sus fuerzas. Notó que le apretaba débilmente las manos y al acercarse para besar su frente, él abrió los ojos inyectados en sangre. Por unos instantes recuperó la vista, y mirando la rosa roja de su cintura le dijo: “Hay cosas mejores allá, Magdalena, colores más hermosos, músicas que ni tú ni yo hemos oído jamás…”. En ese momento la familia Bach comenzó a cantar “Todos los hombres deben morir” y el rostro del hombre que había vivido siempre en paz con su época y consigo mismo quedó reconciliado también con la muerte.





Bach dedicó a Anna Magdalena una colección de piezas que llamó "Álbum de Anna Magdalena". Son piezas para teclado sencillas pero hechas con mucho esmero, entre las que aparecen algunas arias y canciones que probablemente serían cantadas por ella y acompañadas por su marido o sus hijos. Una de estas piezas sirvió como tema para una de las cumbres de la literatura para teclado de todos los tiempos, hecha al final de la vida del compositor: las Variaciones Goldberg.


“Ya jamás podrán caer de nuevo en el olvido ni el hombre ni la obra de Juan Sebastián Bach, dondequiera que viva el espíritu de 
la música.” (Phillip Spitta 1841 –1894)

jueves, 14 de febrero de 2013

Para los niños que han de venir

En 2008 publiqué en la revista "Realidad y Ficción"un artículo sobre la literatura que me gustaría compartir con vosotros.


Granada centro, aquella mañana de diciembre, era como un cuadro de Schwitters. Sus letreros, sus edificios bien recortados y su aparente caos daban al corazón de la ciudad, innovadora, cordial, poesía –o así lo veía ella- todos los ingredientes de un buen collage. “Not fantastic” pero fascinante, conservadora y geométrica, barruntaba vida propia; un gigantesco ser vivo por el que se desplazaba junto a otros miles de pequeños seres girando, girando más rápido, ahora lento, más lento. Fue entonces cuando lo vio pasar, extraño, casi irreal, dando brillo a las piedras, luz a los escaparates, pulimento a las aceras. Se asustó al sentir cómo posaba sobre ella su mirada negra. Apretó el paso y cruzó el primer semáforo verde que encontró. Unida a otras tantas figuras se tranquilizó hasta que de nuevo se estremeció. Caminaba lanzando aprensivas miradas hacia todas partes, intentando encontrar una donde apoyarse, mientras el viento desagradable y frío de las diez le pegaba en la cara. ¿Acaso nadie se daba cuenta de la presencia de aquel que la seguía sin parecer tener prisa por alcanzarla? 

Entonces pensó que debía hacerle frente y se paró delante de un escaparate; observaba el paso lento y seguro mientras jugaba con el reflejo huidizo de su contorno en el cristal entre huellas de manos y gotas de la lluvia de hacía un rato. Deseó, sin saber por qué, hablarle; tranquila buscaba las palabras justas para dirigirse a él mientras entornaba los ojos haciendo aparecer y desaparecer aquella imagen, jugando a ser Dios. Sintió que la ciudad en unos segundos se quedaba en silencio; las cosas desaparecieron y las personas dieron un salto hacia atrás en el tiempo. Desvanecida la realidad, el extraño….





Acabo de levantar la vista del libro y, aunque sólo de vez en cuando me lo permito, he contemplado la cara de Juan Goytisolo entre las ruinas de la biblioteca de Sarajevo después de los bombardeos de la aviación serbia el 26 de agosto de 1992. Porque existen fechas imposibles de olvidar, otras que deben aprenderse y otras que nunca deben olvidarse tengo frente a mi mesa de trabajo este y otros recortes de periódico. Eso al fin y al cabo es el tiempo: fechas. Algo que nos ayude a recordar, evocar, anhelar, soñar, nombrar, señalar y calificar. Fechas, puñales como plumas, aparentemente inofensivas pero que nos marcan y que cambian el rumbo de la Vida. Y en este cuarto de los libros emerge también ante mí la figura del extraño, llega con un libro en la mano y me insta a que lo abra, y yo asiento porque sé que si se produce la magia y me engancha su historia saltarán chispas. Tal vez el libro que me ofrece no sea el mejor del mundo, tal vez a su historia se le vean los andamiajes, pero si conecto con él la experiencia habrá valido todo un año de lecturas. Sin embargo quiero tantear a este ser insólito y le pregunto por qué lo he de leer, y él me contesta: 

–Se me ocurren mil razones y sé que a ti también, por eso sólo te diré:

 "No hay más que un millón de herreros 
  
forjando cadenas para los niños que han de venir."



Y reconozco aquí al Poeta en Nueva York, y sonrío triste y cómplice porque es verdad, para leer se me ocurren mil razones y una sola. Podría deciros que porque recuerdo las caras de mis hijos cuando eran pequeños a la hora del cuento; cómo abrían los ojos cada vez que este les descubría una dimensión del mundo ampliándoselo un poco más cada noche; podría decir que ver reflejados mis miedos, mis inquietudes, mis fantasías y mis yoes me parece magia. Es magia. Pero eso ya lo saben los que leen. Leer es algo más que una distracción. Leer es atreverse a entrar en un mundo donde a cada respuesta dada le surgirán cinco preguntas. Porque favorece el autoconocimiento; porque mientras lees eres libre, puedes detener tus pasos, mil veces tus ojos en un paisaje, fijar tu atención en lo poco probable o saltarte una página para leerla después o nunca; porque si no viajas es como si lo hicieras, y si viajas con un libro en el bolso ya no estás solo.

Mi visión de la literatura y de la lectura en particular, es quijotesca. No creo que leer sea una forma de evasión. No creo en la lectura de evasión. Leer no es una manera de escapar de nosotros mismos o de la realidad que nos envuelve, una visión muy de moda… Leer, al igual que escribir, es enfrentarse a uno mismo, coger por el cuello a nuestros fantasmas y a nuestras hadas, dialogar con lo bueno y malo que hay en cada ser humano. Es, en definitiva, una vía de autoconocimiento y de conocimiento de los demás. Leer para aprender y poder luchar contra la idiotez, la vulgaridad y las injusticias que continuamente envuelven nuestras vidas. Leer es una manera de rebelarnos contra lo que no nos gusta o nos hace daño. Cuando Cervantes decide que su personaje deje los libros y salga al mundo es porque la lectura le ha abierto bien los ojos y ha visto la mediocridad que lo rodea. Y quiso que fuese un trastornado para dejarlo libre de demagogias, de mentiras y falsedades sociales –puede que a lo que saliera el hidalgo fuese a escribir… Y por eso no creo en las grandes campañas publicitarias para fomentar la lectura. Como mucho se conseguirá que la gente compre un libro, lo ojee, incluso lo lea, pero ese lector no habrá entendido la esencia y no volverá a comprar otro hasta que la moda lo vuelva a imponer. Yo creo en la labor silenciosa, de día a día, que hacen profesores, bibliotecarios, padres e instituciones explicando el por qué hay que acudir a la lectura.

Algunas veces oigo directa o indirectamente la pregunta: ¿Qué libros merece la pena leer? Aquí acudo de nuevo al extraño y su respuesta es muy clara: “Tienes que leer exclusivamente aquello que te apetezca. Con el libro pasa como con todo en la vida, que si no te divierte, no te ilusiona o no te hace soñar, al final… pues que vas y lo abandonas.” Ya sé lo que quiere decirme, ya veo por donde va y miro a su sombra que aparece y desaparece a capricho, y a sus ojos que tornan del cristal al fuego… que una persona curiosa, observadora, idealista, rebelde, consciente de sus limitaciones como ser humano, asustada, perdida, feliz, valiente, creativa, en definitiva, que cualquiera de nosotros necesita un interlocutor ideal: el libro. Y ese ser humano en la oscuridad lee porque quiere respuestas, pero para ello, desde pequeño, alguien ha tenido que proporcionárselas sin frustrar sus expectativas y sin convertirlo en un ser pasivo. Y entonces un día cruzas la delgada línea, –bien a través del lenguaje oral o del escrito, de la música o de la escritura, de la poesía o de la pintura–, línea que algunos puristas consideran sagrada, porque crees que has aprendido cosas y tienes que comunicarlas. Es una figura tal vez española por idealista pero tan universal como la propia novela.

Porque la línea entre el escritor y el lector es muy delgada, muy frágil, por mucho que moleste a algunos sectores. “¿Un escritor nace?” me pregunta el extraño con voz demasiado suave para mi gusto. “Bueno, yo diría que no” –le contesto tímidamente y me pongo a reflexionar…– “¡Vamos, vamos!" –exclama con una mueca burlona en los labios leyendo mis pensamientos– , "leer y escribir no es bueno ni malo, moral o inmoral o amoral, leer y escribir es humano de la misma forma que humano es el lenguaje”


 Y sé que esto no va a gustar,  pero estoy de acuerdo con él: considero que cuanto más se lee más humano se es. No me creo que personas que firman continuos tratados de guerra y sentencias de muerte sean buenos lectores de ficción. Tal vez para la foto o para calmar su conciencia o para evadirse de sí mismos, pero eso, ¿no lo veis así? eso no es un lector; esa figura enmoquetada dista mucho de madame Bobary, de la Nora de Ibsen o de Alonso Quijano. Y lo observo abrir ante mí su libro como si fuese un apéndice de su cuerpo y me parece un ángel amarillo –no todos son blancos y negros– y acudo a su lectura, como todo el que lee, porque quiero, exijo respuestas que se escapan a mi entendimiento. Reclamamos respuestas como seres pacíficos pero inteligentes y no nos gusta que nos tomen el pelo. No entendemos de grandes finanzas, de arreglos “globaliantes” ni de por qué se destruyó la biblioteca de Sarajevo. Por eso, porque creemos que Algo no funciona, acudimos a los libros de ficción buscando como dice Claudio Magris lo que se queda en los márgenes del devenir histórico. Leer para que dejen de existir personas que apoyen sitios como Guantánamo, que intenten exterminar una raza, destrozar familias enteras por su nacionalidad o matar miles de niños por un pedrusco que brilla en la oscuridad.

Necesitamos leer para irnos de rositas al Londres de Clarissa Dalloway paseando en una mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa, pero también para conocer a ese pobre hombre que es la figura de Septimus, torturado por la guerra y que termina suicidándose. Realmente aspirando a ser completamente sincera, creo que sólo se lee para intentar conocer el mundo que habitamos. Pero para conocerlo hay que hacerse preguntas, tener curiosidad intelectual y es ahí donde fallamos: la gran asignatura pendiente de nuestra sociedad. De acuerdo que hay niños que parecen nacer ya programados para ello y que son preguntones antes de la edad de los porqués y siguen siendo preguntones cuando, ante el espejo, peinan sus canas cada mañana. Pero eso no justifica el no intentar hacer de la lectura un entretenimiento de masas.

“Pensemos por un momento –me dice cerrando el libro en seco– que no sabemos leer, que vemos esos signos pequeños como hormigas, los rótulos de las calles, las novelas en las librerías, la prensa, las recetas de cocina y las instrucciones del móvil…” “Es como si se fuese la luz en una noche de luna nueva –dije yo”.

sábado, 9 de febrero de 2013

Un roto en el ojal


No me sorprende escuchar el tópico tan típico en nuestros tiempos, en los que lo vulgar ha tomado las riendas del siglo XXI y está cristalizando en las mentes de las nuevas generaciones de forma alarmante, de que “la inteligencia conspira contra sí misma”. Y es que si algo es más inofensivo para la propia inteligencia es ella misma, y me atrevería a decir que también para el resto del mundo (incluyo a la Naturaleza).
           
El problema es que las personas toleramos que otro sea más guapo que nosotros, más rico, más alto y más joven, pero no más inteligente. Esta palabra cuando sirve para nominar al prójimo va acompañada siempre de un PERO : es muy inteligente, pero muy raro. Es muy inteligente, pero muy introvertido. Es muy inteligente, pero aburrido. Es muy inteligente, pero está desequilibrado. Es muy inteligente, pero… Como si todos estos “peros defectuosos” fuesen a causa de la inteligencia y no a pesar de ella. Y es que qué podemos esperar de una sociedad que se ha dejado atrapar por la cultura de la mediocridad. Cuando cultura y política van de la mano el precipicio, históricamente hablando, siempre ha estado cerca. Porque el arte en general es un proceso creador cuyo origen es la necesidad profunda de expresión y lo único que hay que exigirle es honradez y autenticidad. El problema surge cuando la cultura, o lo que ahora llamamos cultura, está subvencionada por políticos mediocres o corruptos, o las dos cosas a la vez. No hay que ser muy avispado para prever los resultados: de seguir por este camino, solo la élite disfrutará de las obras de arte. Se puede estar conforme o disconforme con las vías para hacer llegar la cultura a la mayoría, pero nunca debemos apoyar los cauces que lo hacen aún a costa de perder de vista nuestros más importantes y básicos objetivos didácticos y éticos. Aunque, claro, no se subvenciona ni se elige aquello que puede resultar incómodo para sus detentadores y que pudiese cuestionar las ideologías que sostienen su poder.

Así que pidamos, como pedía Juan Ramón Jiménez, que la inteligencia nos de el nombre exacto de las cosas, no solo para nombrarlas con exactitud, sino para diferenciar la paja del trigo.


Y termino con una cita del genial ensayista y poeta americano Allen Tate :

“[…] defender la diferencia entre la comunicación masiva como medio de dominar al hombre y el conocimiento del hombre mismo que la literatura ofrece como forma de humana participación”

sábado, 2 de febrero de 2013

Una W desaforada




Un nuevo documento en blanco. Acabo de darle al Word, y lo primero que me viene a la cabeza es eso de “Albolote, Albolote, maricón el que no vote”…No sé si en vuestros ordenadores este sistema os recibe así, dando brincos la W desafora y uno esperando a que se calme para escribir, en fin, tiempos modernos para los que nos ha cogido a medio camino. 



Pero no me quiero ir por las ramas, que yo soy muy propensa a eso, que por lo que he abierto el ordenador es porque estaba cavilando, como casi todos, sobre los tiempos que corren y el por qué personalmente, cada vez con más frecuencia, vuelvo a los griegos y a su “mitomanía”. Ya sé que habrá más de uno pensando que qué dice esta tía, pero me da igual, el que no quiera que no siga leyendo: hoy me he propuesto escribir lo que pienso sin filtros, sí, sí, como esos que van diciendo que les gusta ser muy sinceros y , ya sabéis, te sueltan a la cara todo lo que ni tú ni yo les hubiésemos preguntado porque no queríamos oírlo y, además, es mentira. En fin, que hoy me ha dado por pensar en otra mujer de las de antes: en Andrómeda.


Y como esta tierra es inhóspita, o por lo menos no es el mundo que yo imaginaba habitar cuando, en ese pueblito blanco y andaluz de mi niñez, me proyectaba en el 2013. Lo digo porque no esperaba un futuro cargado de tanta frustración y dolor para los ciudadanos que no vamos al trabajo en coches con chofer ¿Qué pensaba? pues pensaba.. ¡que se yo!, otra cosa para mis calles, para mis hijos, porque en ese futuro un poco lacónico los tenía. Y los tengo. Para mis amigos, que también los tenía. Y los tengo; y hasta para mis padres, que ¡pobrecitos! ya les había tocado sufrir los ecos de los muertos de la posguerra para ahora, tener que ver también a tanto sinvergüenza estafando al pueblo. Pues sí, yo había soñado en mi niñez una España mejor, y salgo esta mañana camino a mis asuntos y veo a una multitud rodeando a una abuela que llora, sentada en su butaquita de toda la vida en mitad de la acera gris, todo porque echó una firma –esta sabía escribir, las que no, estamparon una huella en el anonimato del ADN–, para que sus hijos se pudiesen alojar en un piso de 90m a una hora de su trabajo; y el fin de semana pasado fui a visitar a mi hijo al barrio de clase media donde vive y estudia, céntrico, y donde todos han pagado sus impuestos mientras han podido… Y vaya panorama ¡vaya paisaje cívico y urbano! Tropiezo con muebles que no tienen donde colocarse y pisos que no saben a qué vinieron a este mundo porque no tienen a nadie que los ocupe, y en su locura no saben   
cual es su función, si quedarse o mudarse a Tombuctú 
(donde buena falta les hacen).

Y en esta locura, la gente te cuenta que votó lo contrario de lo que pensaba, porque las elecciones anteriores votaron a los que decían pensar como ellos, y lo único que ocurrió, con esa papeleta de color imposible de recordar, es que se encontraron sin trabajo, porque las empresas no iban bien, y a ellos, un pequeño eslabón, los echaron a la calle… Y ya, sin sueldo y con cierta edad como ha cogido la crisis de principios del XXI a la mayoría de los españoles, a ver dónde van, ni idiomas, ni títulos universitarios ni la mínima preparación tecnológica que demanda la empresa actual; que de hace poco tiempo a esta parte, pasa en España que cualquier burro con 40 ó 50 puede ser doctor o catedrático, pero los de la posguerra, no, no señor… “Bastante tuvimos con aprender además del español…”, me dice un taxista que por su aspecto debe estar a punto de jubilarse. 


En fin, que yo iba a hablar de Andrómeda, pero ha venido un viejo conocido a tomar café y me he dicho: “Pues voy a contaros lo que dice, que está bien, resulta interesante, lleva más razón que un santo, y dicho esto, ahora que se ha ido y la W se ha quedado por fin quieta, os cuento lo de esta mujer que vaya historia también, no está nada mal. Y es que visto con nuestra mentalidad, eso del destino nos parece una cosa ilógica, aunque algo une a los griegos y a nosotros además de tener una pésima economía, una realeza que ellos no quisieron y unos gobiernos desastrosos. Creo que mejor otro día hablamos de Andrómeda.