sábado, 26 de enero de 2013

Dido y Eneas


  

Durante el siglo XV y XVI, en Italia se buscó una recuperación de la cultura clásica. Las grandes familias italianas se consideraban herederas directas de los emperadores, y como tales se hacían retratar. La arquitectura tomó como modelos los templos, y la pintura y la escultura empezaron a retomar los cánones de belleza que fueron abandonados al mismo tiempo que las grandes urbes, cuando el mundo occidental se sumió en la oscuridad -no sin algunos focos de luz- durante la Alta Edad Media. En música, sin embargo, se daba una situación particular: en el Renacimiento no se conocían aun las escasísimas fuentes de música (únicamente griega) que han sobrevivido. El Renacimiento en este arte no lo sería como tal. Partir desde cero, teniendo como única referencia los textos teóricos y crónicas de la época era una ardua tarea a la que solo se encontró una solución a finales del siglo XVI, cuando una élite intelectual se reunió en Florencia, en lo que se llamó Camerata Bardi (en honor a su mecenas) o Camerata Fiorentina. Allí se propuso el reto de reconstruir lo que se creía que era la tragedia griega, en la que gran parte del texto era cantado y la acción dramática se intercalaba con coros de contenido filosófico y moral: había nacido la ópera. 

La ópera es sabido que es la maravillosa síntesis de todas las artes: música, literatura, escenografía y en muchas también la danza. “Dido y Eneas” pese a sus modestas proporciones consigue aunar todas ellas de forma elegante y delicada, con un argumento sencillo si obviamos el trasfondo filosófico que se ve reflejado de manera magistral en los coros a semejanza del teatro griego: La historia de amor entre el príncipe troyano Eneas y la legendaria reina de Cartago, Dido. Debido a la envidia de unas hechiceras, la historia de amor se frustra y Dido se suicida. 


La historia está basada en el canto IV de la Eneida y el libreto es del escritor y poeta inglés Nahum Tate (1652-1715)que la adaptó a la mentalidad de la época, ya que en la versión de Virgilio era Júpiter el que enviaba a Mercurio para decirle a Eneas que debía abandonar Cartago, pero para la Inglaterra de la época los personajes de las hechiceras y las brujas eran posiblemente más cercanos y atractivos. Esta ópera en tres actos, una de las más importantes del Barroco, y posiblemente la más conocida de las óperas inglesas, fue compuesta por Henry Purcell, la figura más relevante del estilo barroco inglés. 


El elegir esta ópera para su comentario ha sido porque su música me parece intimista y concisa, pero cargada de una expresividad muy particular, típicamente inglesa, en la que se mezcla lo popular y los sentimientos más profundos y oscuros con una gran coherencia; y porque Eneas y especialmente Dido me parecen unos personajes tan ricos que necesitarían mucho tiempo de análisis. Sin embargo, trataré de explicar brevemente qué pienso que lleva a esta noble mujer(aunque en otras versiones ha sido bastante denostada) a elegir la muerte no como un acto heroico sino como algo por lo que no quiere ser recordada. Para ello me remontaré a sus orígenes e iremos viendo cómo la maldición de la envidia la persigue hasta el final de sus días. Quizá así entendamos hoy que no fue el suicidio de una débil y pasional enamorada, adjetivos que no concuerdan con la intrépida mujer que fue capaz de formar un ejército y fundar Cartago. 

Dido era hija del rey de Tiro, se casa muy joven con el gran sacerdote de Hércules, Sicarbas, el hombre más rico de todos los fenicios. Pigmalión, hermano de Dido, siente envidia de la riqueza y felicidad de su hermana y urde un plan para matar a Sicarbas y echarle la culpa a Dido. Una noche en sueños se le aparece el espíritu de Sicarbas que le muestra cómo fue asesinado y le aconseja que huya de Tiro porque su vida corre peligro. De madrugada esta mujer consigue reunir quince naves y que la sigan todos los que odian al envidioso y avaro Pigmalión, y con parte de la fortuna de Sicarbas desembarca en Chipre, donde rapta a cincuenta doncellas y las ofrece como compañeras a los que habían querido acompañarla en este incierto viaje y pone rumbo hacia tierras africanas, desembarcando junto a Utica. Allí pide a sus habitantes que le concedan un terreno “que pudiese ser medido con la piel de un toro” y una vez comprado a un precio bastante alto, se entretiene en cortar la piel en finas tiras y de esta manera trazar una gran circunferencia que fue la cuna de Cartago, rival de Roma. Esto ocurrió en el 880 a.C.[1]. 


  

Tras una serie de peripecias que hablarían de su intrépido y sólido carácter, así como de su fidelidad a los afectos, aparece en su vida Eneas, del que se enamora locamente[2]. Dido para entonces es una mujer tan poderosa como podría serlo en aquel tiempo la reina de Cartago; es bella, inteligente y bondadosa. Solo le falta el amor que llega a través de un héroe tan completo como Eneas. Visto desde la perspectiva de la naturaleza humana –otra no tenemos–, es lógico que despierte un poco de envidia, pero esa envidia, capaz de desear y provocar la desgracia hasta la desaparición del otro, pensando que así podremos ser un poco menos infelices, solo se da, afortunadamente, en unos pocos seres no recomendables que, normalmente suelen disfrazarse de personas alegres, sociables y amigables. Este es el caso de estas harpías, que en el barroco inglés toman la forma de hechiceras y que confabulan para provocar la desgracia de una Dido, desde siempre, castigada por el pecado de la envidia. Estas brujas no soportan su buena fortuna y así nos llega con estos versos y la espléndida música de Purcell: 

“La reina de Cartago, a la que 
odiamos, como hacemos con todos 
aquellos estados prósperos 
antes de la puesta del sol 
se verá si es que puede existir mayor infortunio, 
¡privada de fama, 
de vida y de amor! (…)” 

En esta ópera es también novedoso un Eneas que no huye, como en otras versiones, de noche, furtivo, como lo hiciera en La Eneida. Es un hombre maduro y enamorado que siente una gran pesadumbre por tener que marcharse: 

“(…) ¿Cómo puede ser tan duro un destino? Una noche de gozo, la siguiente de renuncia(…)” 




Es tan grande su dolor que decide quedarse con Dido desobedeciendo a los mismísimos dioses, pero ella no es capaz de perdonarle que se hubiese planteado tan solo abandonarla y no le permite seguir a su lado. Ese orgullo, esa intolerancia a la debilidad humana, esa exigencia hacia ella misma y hacia los demás es, en mi opinión, lo que la arrastra realmente al suicidio.

Posiblemente el ser humano que nos atrapa sea aquel que gana batallas por su inteligencia, pero que acepta la derrota con elegancia, es decir, con inteligencia de espíritu, por llamar de algún modo a ese "rara avis" de hombre común, que sin ser hijo de dioses, termina convirtiéndose en héroe. Es esa clase de persona que tan bien han captado grandes retratistas como Velázquez, Cervantes, Shakespeare o Virgilio.





To Death I'll fly                                      
if longer you delay;
away, away!...
(Exit Aeneas)

But Death, alas!
I cannot shun;
Death must come when he is gone.

CHORUS
Great minds
against themselves conspire,
and shun the cure
they most desire.

DIDO

Thy hand, Belinda,
darkness shades me.
On thy bosom let me rest,
more I would,
but Death invades me;
Death is now a welcome guest.
When I am laid in earth,
May my wrongs create
no trouble in thy breast;
remember me, but
ah! forget my fate.

(Cupids appear in the clouds

o're her tomb)

CHORUS

With drooping wings
you Cupids come,
and scatter roses on her tomb,
soft and Gentle as her heart.
Keep here your watch,
and never part.



DIDO

Yo volaré antes hacia la muerte,
cuanto más largo sea tu
aplazamiento. ¡Fuera, fuera!...

(Sale Eneas)
Pero, ¡oh, muerte! no puedo
rehuirle; la muerte debe llegar
cuando él se haya ido.



CORO

Las grandes mentes
conspiran contra sí mismas
y evitan la cura
que más desean.

DIDO

Tu mano, Belinda;
me envuelven las sombras.
Déjame descansar en tu pecho.
Cuánto más no quisiera,
pero me invade la muerte;
la muerte es ahora una visita
bien recibida.
Cuando yazga en tierra, mis
equivocaciones no deberán crearle
problemas a tu pecho; recuérdame,
pero, ¡ay!, olvida mi destino.

(Cupido aparece en las nubes,
sobre su tumba)

CORO 

Tú, Cupido,
vienes alicaído
y esparces rosas sobre su tumba,
dulces y tiernas como su corazón.
Mantén aquí tu vigilancia y no
partas nunca. 


Este es el final de la ópera. Es el momento más intenso y espiritual. Tras el recitativo de Dido, el coro envuelve la escena creando una atmósfera que trasciende la naturaleza humana de los personajes y sus pasiones con la frase “Las grandes mentes contra sí mismas conspiran, y eluden la cura que tanto anhelan”. Esto está reforzado por la luminosidad que la tonalidad mayor, que en medio de la oscuridad, le confiere, y que poco a poco vuelve al carácter grave en la segunda mitad de la frase. Dido se suicida. Después de un recitativo, empieza el aria más conocida de la ópera, conocida como “El Lamento de Dido”. No en vano, el bajo sobre el que está construida se denomina bajo de lamento, y se repite constantemente en forma de obstinato. Tanto el bajo del lamento como las piezas basadas en bajos obstinatos son recursos retóricos muy frecuentes en todo el Barroco. Suelen aparecer, como es el caso, en las partes culminantes de las óperas, creando un efecto a veces hipnótico, a veces de inexorabilidad. Uno de mis ejemplos favoritos, aunque es solo instrumental, es la Chacona de la partita en re menor para violín solo de Bach, compuesta tras la muerte de su mujer.

[1] Las fábulas nos cuentan esto. La historia nos dice que cuando Dido llega Cartago ya había sido fundada. Ella levanta una ciudadela llamada Birsa, que en griego significa piel, cuero.

[2]Lo que Virgilio cuenta de los amores de Eneas y Dido es pura invención del poeta, pues Eneas vivió trescientos años antes de la fundación de Cartago.



PURCELL, Dido and Aeneas, Libreto traducido al español por Eduardo Almagro López, 1998.

VIRGILIO, la Eneida, Editorial Cátedra, Madrid, 1989.

J.HUMBERT, Mitología griega y romana, Editorial Gustavo Gili, S.A. versión de la 24ª edición francesa.

jueves, 17 de enero de 2013

Humor irreverente


  "He tocado el piano en una casa de putas. He sacado papeles secretos de Rusia clandestinamente. He enseñado a toda una pandilla de gánsteres a jugar al pincha-pellizca [...]. Me he sentado en el suelo con Greta Garbo, he cabalgado con el príncipe de Gales, he jugado al pimpón con George Gershwin. George Bernard Shaw me ha pedido consejo..." [1]

A mi abuela le gustaba Harpo y a mí me gustaba mi abuela, y especialmente la carcajada que no pocas veces le provocaba este. Yo en aquel momento apenas entendía nada, aunque con las buenas películas pasa como con los buenos cuentos catalogados de infantiles, que son para todos los públicos. Por edad no me tocaban los hermanos Marx, pero entonces con una cadena veíamos poco y elegíamos menos. 


En estos momentos tan difíciles como los que atravesamos, que alguien sea capaz de provocar no ya la sonrisa, sino la carcajada, es digno de admiración, es, como solemos decir, para quitarse el sombrero. Por eso, estos iconoclastas, anárquicos y surrealistas más que del humor, de la propia vida, siguen tan vigentes como en su época y podrían inundar nuestros periódicos de anécdotas y frases geniales durante cientos de días. 


Sucede con los hermanos Marx como con los libros, la carta de la nueva cocina o los viajes: que no sabemos cual elegir. Milton, Julius, Leonard y Alfred fueron unos neoyorkinos de origen alemán, cuya madre farandulera(palabra que me encanta), los introdujo desde pequeños en el mundo difícil y duro del espectáculo donde, poco a poco, fueron escalando peldaños hasta llegar a Brodway a principios de los .años veinte y dándose a conocer masivamente a través de su primer gran éxito “I´ll say she is”. 


En general se les recuerda por su irreverente humor aunque también cultivaron la música: todos tocaban varios instrumentos, y algunos de ellos los tocaban francamente bien, llegando a tener giras importantes con su grupo como es el caso de Harpo. También sabían bailar, imitar diferentes acentos y, claro está, actuar. 


Supieron darle al concepto de grupo una coherencia y unidad poco corriente a través de sus actuaciones y una individualidad totalmente innovadora a través de sus caracterizaciones y gestos. La tarjeta de presentación de Groucho (Julios) fue su bigote impostado y su original forma de moverse en el escenario, la de Harpo sigue pareciéndonos increíble y está en la memoria de todos a través de sus rizos cubiertos con el imposible sombrero de copa, su arpa, su desmadejada gabardina y la bocina que todos, en algún momento hemos querido tener. Zeppo viene a aportar el equilibrio y la mesura que todo conjunto necesita. 



La biografía de los hermanos Marx es fácil encontrarla, y en líneas generales la conocemos casi todos, así que para terminar, os quiero dejar con unas cuantas frases a mi elección de los cientos y cientos que nos regalaron, y con una pequeña filmoteca por si a alguien le apetece una tarde de sillón recordando algunas de sus películas. Y aunque algunos diálogos y escenas habrá que verlas para comprenderlas con la mentalidad de la época, siguen vigentes, quizá ahora más que nunca, los temas principales ¡Que lo disfrutéis!  





Las frases célebres que a mí más me gustan:

"Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntándoselo. Y si responde “sí” sabes que es un corrupto"

"Hasta que uno no se ha limpiado los zapatos con el vestido nuevo de la esposa, no sabe nada del amor... ni de la esposa."

"La diferencia entre la política y el matrimonio es que en política has de acostarte con cualquiera."

"Tras mi último divorcio, mi vida sexual se reduce a las cartas de admiración de una lesbiana de edad madura que necesita que le preste ochocientos dólares."

"Mucha gente sostiene que el matrimonio acaba con el romance. Estoy de acuerdo: cada vez que tengo un romance mi mujer trata de acabar con él."

"Finalmente me di de baja. Me niego a pertenecer a un club que me acepte a mí como socio."

"Arthur, hijo menor de Groucho le espeta: "Papá, el hombre de la basura está aquí". A lo que él responde: "Dile que hoy no queremos".

"Decidme, os lo ruego, ¿qué personas se levantan con el alba? Policías, bomberos, basureros, conductores de autobús, dependientes y otros de las clases más humildes. No ves a Marilyn Monroe levantándose a las seis de la mañana... la verdad es que yo no veo a Marilyn levantándose a ninguna hora, lo cual es una lástima."


"Groucho: ¡Qué tontería! En su lugar, yo hubiera vendido el chófer y me hubiera quedado con el coche.
Chico: No puede ser. Necesito el chófer para que me lleve al trabajo por la mañana.
Groucho: Pero, ¿cómo va a llevarle si no tiene coche?.
Chico: No necesita llevarme. No tengo trabajo"

"Mire que dar una fiesta y no invitarme... He estado a punto de no venir."

"Lo que veo más obsceno en una mujer es que opine."
Frases desafortunadas como esta también las encontramos en Groucho, y hoy sería escandalosas (afortunadamente)


Groucho Marx declinó así la invitación a tomar el té de una asociación de amas de casa: 

"Queridas señoras. Desearía poder aceptar su amable invitación, pero mi secretaria me ha convertido en su esclavo sexual y me tiene desnudo y atado a su escritorio. Suyo afectísimo, 
G.M."

"No sé a qué viene admirar tanto a Moisés por los diez mandamientos. Yo también escribo, y a mí no me sopla Dios el argumento"

"Bebo para hacer interesantes a las demás personas"

"Creo que la televisión es muy educativa. Cuando alguien la enciende me voy a leer un libro."

"Debo confesar que nací a una edad muy temprana"

"Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente."

"La humanidad, partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria."

"La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música"

"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados."

"La próxima vez que lo vea, recuérdeme no saludarlo."

"No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual."


"No reirse de nada es de tontos, reirse de todo es de estupidos." 

"Nunca olvido una cara, pero en este caso haré una excepción".

Felicitación escrita para un amigo:
"Si sigues cumpliendo años, acabarás muriéndote. Besos, Groucho."


 

"Todo lo que soy se lo debo a mi bisabuelo, el viejo Cyrus Tecumseh Flywheel. Si aún viviera, el mundo entero hablaría de él... ¿Que por qué? Por que si estuviera vivo tendría 140 años." 

"Un coche y un chófer cuestan demasiado. He vendido mi coche."


Las películas que a mí más me gustan:











[1] De la autobiografía de Harpo Marx

martes, 8 de enero de 2013

Una gallega que se hizo pasar por andaluza


Este título puede llevarnos por varios caminos y quizá el más lógico sería el de ponernos a reflexionar sobre qué es España y las regiones o comunidades autónomas que la conforman. No obstante, la idiosincrasia vasca, catalana, extremeña, canaria, etc, no es el motivo que me lleva hoy a escribir sobre una gallega que se hizo pasar por andaluza en el siglo XIX y que cambió sin trabajo ni complejos la muñeira por el flamenco.



De todos es sabido el peregrinaje de la mujer desde siempre para alcanzar lo que se presupone a cualquier individuo, esto es, el derecho a ser libre y el respeto. Si nos preguntamos qué época histórica hizo más daño al género femenino no hallaríamos consenso; no es justo achacarlo todo a las religiones, machistas prácticamente todas, al oscurantismo de la Edad Media, a la frágil mujer que alentó el Renacimiento o, por poner otro ejemplo, a los romanos donde hasta la costumbre del maquillaje que usaban las damas estaba mal visto. Que las mujeres quisieran resaltar sus ojos o alargar un poco la juventud escandalizaba al propio Juvenal, gran poeta y también gran misógino – todo hay que decirlo–, que se refería a tal costumbre de este modo:
 “Todo se lo permite la mujer[…] Su cara de aspecto repugnante e hinchada ridículamente por un gran emplasto de masa de harina, huele a pomadas de Popea ( Popea fue esposa de Nerón, la inventora de la primera mascarilla facial y también famosa por llevar a todas partes más de trescientas burras para utilizar su leche como hidratante en el baño) […] Pero a este rostro, al que aplica y renueva tantos potingues, que recibe tantas cataplasmas de flor de harina húmeda, ¿cómo lo llamaremos, cara o úlcera?”.
 Reseñar solo el concepto que de la mujer tenían los griegos: Platón y Aristóteles, ya sabéis, decían que no tenían alma, y no pondré las palabras de estos grandes pensadores a los que admiro sinceramente, porque alargaría demasiado el texto y me iría por las ramas de lo que realmente quiero contar, que es la lucha por la supervivencia de una española llamada Agustina, nacida en un pueblecito de Pontevedra el 4 de noviembre de 1868. Dicho así pasa por una de tantas mujeres fuertes e inteligentes que, hasta montando a la amazona, eran excelentes jinetes. Otra cosa es que diga que voy a contaros un poco de la vida de “La bella Otero”. Digo un poco porque muchas cosas que se conocen de su vida fueron inventadas por ella misma, envolviendo de misterio y glamour una vida dura y solitaria.

Datos comprobados son su lugar y fecha de nacimiento, su origen humildísimo, tanto que era hija de una mendiga y a su padre nunca lo conoció, y tenía que compartir su miseria con cuatro hermanos. A los once años sufre una agresión sexual salvaje que le deja una fractura pélvica y múltiples desgarros vaginales; las secuelas psicológicas no las podemos enumerar, aunque pensemos que además, a raíz de la violación, comenzaron a mirarla aún peor y terminó escapando de Puente Valga, su pueblo.


 
Casa natal de la Bella Otero

Ahí comienza a reinventarse, cambia su nombre y adopta el terrible nombre de Carolina, digo terrible porque era el de su hermana mayor difunta. Volvemos a saber de ella cuando cuenta apenas veintiún años y comienza a destacar en los ambientes del París de La belle époque como el Folie-Bergére o el Moulin Rouge y aprovechando el auge del exotismo español se hace flamenca y pasional. El repiqueteo de sus castañuelas y sus sinuosos movimientos hacen que esta mujer incapacitada para tener hijos a raíz de su agresión sexual, se convierta en la española más famosa de su tiempo: se sabe que triunfó en Australia, Egipto, América, Oriente Medio y, por supuesto, en Europa. Y que fue la ciudad de New York la que hizo que su vida brillara con el fulgor de la mejor de las estrellas. Su arte, su belleza y su carisma hicieron que el multimillonario William k. Vanderbilt la convirtiera en su amante y le abriera las puertas de la alta sociedad neoyorkina.



A este nombre famoso vendrían a añadirse otros no menos ilustres y ricos, haciendo que en su lista aparecieran como devotos el emperador Guillermo de Alemania, el príncipe Alberto de Mónaco, Nicolás II de Rusia, Eduardo VII de Inglaterra, por citar algunos nombres de su extensa lista de amantes de sangre azul.

Se cuenta que manejaba a los hombres como marionetas, que los volvía locos y que nunca amó a ninguno. Le pusieron el sobrenombre de la “Sirena de los suicidas” porque hasta su agente artístico, aquel que la lanzara unos años antes al estrellato se suicidó por su indiferencia. En la lista de suicidas comprobados se cuentan más de ocho, todos nobles y aristócratas.

Supo también retirarse a tiempo, lo que es victoria asegurada, y se estableció en un palacete de la costa francesa, concretamente en Niza, rodeada de lujo y aduladores. Sin embargo todos tenemos un talón de Aquiles, y el suyo fue el no saber convivir con la soledad y la terrible necesidad de huir de su propio yo, lo que la llevó a la ludopatía. Se cuenta que llegó a perder en el casino de Montecarlo hasta 700.000 francos de oro en una noche. La ruleta del casino la dejó sin casa, sin aduladores y sin joyas tan importantes como varios collares de diamantes que habían pertenecido a Eugenia de Montijo o a María Antonieta. La ruleta del tiempo la vio morir a los 96 años en una pequeña habitación de un hotel de Niza.



 Prototipo de villa de la Belle Époque 

miércoles, 2 de enero de 2013

El día de Reyes


Todos tenemos personas a las que hemos admirado en la infancia en mayor o menor grado, bien por sus divertidas historias, bien por su apostura, por su inteligencia, por su ingenio… Normalmente suele ser tu padre que te enseña a montar en bicicleta o a no tener miedo a la oscuridad, un hermano o hermana mayor, un amigo
, o una maestra que es capaz de hacernos apreciar que esos signos indescifrables al final nos cuentan una maravillosa historia. Sin embargo, hay algunos que en su infancia son especialmente afortunados: aquellos que mantienen la creencia durante algunos años de que existen los Reyes Magos. Yo, que he de confesaros, que tengo una tendencia natural a fascinarme con todo, que aún sigo mirando las cosas y pensando: “Vaya, esto sí que es realmente extraordinario”, me acuerdo, como si fuese esta misma mañana, de lo poderosos que eran estos magos.
 Una noche de Reyes, al volver a casa después de haber visto la cabalgata con mis padres, oí trajín en el piso de arriba y al preguntarle a mi madre me dijo que eran los Reyes Magos, yo la miré muy seria “¿Sí? ¡He conseguido oírlos! ¿Puedo verlos? Por favor…” Mi madre me cogió de la mano y me dejó en el primer escalón que conducía al piso de arriba. “Sube conmigo, mamá” “No, no, que no, que se van a enfadar, les gusta que los dejen tranquilos mientras hacen su trabajo”. Así estuvimos un rato y como ya habréis imaginado, no subí por no molestar, pero sobre todo, por miedo a esos reyes barbudos y exóticos que eran tan espléndidos y lejanos.

A la mañana siguiente, cerca de la ventana, aún abierta, dijo mi madre:

–¡Qué Reyes más descuidados, que se han dejado la ventana de par en par!”. Yo, sin sentir el frio de enero en la habitación, de rodillas me lancé a abrir mis regalos: una Nancy rubia y una bicicleta, todo un trofeo a mi buen comportamiento. Embelesada, sin poder dejar de mirar ora su pelo dorado, ora sus botas rojas y exaltada por las historias que podría vivir con mi bici azul, amé a los Reyes Magos sobre todas las cosas.

Ahora, cuando has llegado a cierta edad, te das cuenta de que del niño al hombre apenas hay un par de zancadas, unas sonrisas, algunas lágrimas, unos ojos y… la palabra. Es con ella con la que he querido contaros, como testigo, lo que tal vez, sí tal vez, pues nunca se sabe, no volverá a repetirse en mi vida: la ilusión de esta maravillosa tradición, cuyos recuerdos quizá sean un continuo despedirse y a la vez una forma de eternizar nuestra niñez.

Y cómo no me gustan las frases que acompañan las fotos almibaradas ni las sentenciosas, ni las bíblicas, ni las de promesas, ni las que intentan enseñarte cómo pensar, sentir o actuar me despido deseá
ndoos que os inunden la mañana del día seis los de Oriente con promesas y posibilidades.

Feliz día de Reyes