martes, 25 de junio de 2013

El sabio nada enseña


El libro de mi amiga Ana está dividido en puertas. La última puerta es "el amor" y todo el libro habla, de una manera u otra, de ese gran poder que aunque los escépticos no lo crean, mueve el mundo. Estoy convencida: aquellos que amasan fortunas, títulos y requieren continuos aplausos, en el fondo lo que buscan es cariño. 
Esta semana casualmente mis dos libros de lectura han girado sobre un mismo tema: la enfermedad, la vulnerabilidad del cuerpo y la fragilidad del ser humano.
"Elegía" de Philip Roth, habla de la pérdida y el estoicismo y estaba programada en mis lecturas. "La enfermedad, mi salvación" llegó a mí a través de "Los pies de la mensajera". Fue un regalo. Inesperado, como son los buenos regalos. Por añadidura, a través de una amiga de juegos de patio de un colegio público de ladrillo rojo de los años  setenta... Lo escribió para contar su experiencia, con la intención de ayudar a otros a cruzar el umbral de la casa en la que has de convivir con un inquilino crónico con el que no contabas...
Por eso, después de leer el libro, me siento orgullosa de Ana Herrero y de sus palabras llenas de belleza,, coraje y amor a la Vida.

Y siempre digo, como muchos otros, que la mejor manera de hablar de un libro es dejándolo hablar y más cuando, como este, se expresa con transparencia, honradez y valentia. Me lo pone muy fácil.







[...] Esta es mi vida, llena de momentos firmes y eternos como olas, que me han llenado el mar de recuerdos, de amor, de sabiduría... De todo ese mar infinito me voy a detener en una de esas olas que más fuertemente me golpeó dejando una gran huella en la orilla[...] Estoy hablando del diagnóstico de esa desconocida enfermedad llamada espondilitis anquilosante.

[...] Otra cosa importante que ocurrió a raiz de este diagnóstico en mi vida, es que empecé a ser comprendida.

Tardaron nueve años en diagnosticarle la enfermedad. Posiblemente por eso, en parte, se expresa en estos términos:

Es muy, muy duro, hace falta mucho entusiasmo, mucha fuerza de voluntad y mucha gente comprensiva a tu alrededor.
Y yo a decir verdad, al principio de todo esto no tenía nada de eso. Bueno, gente sí. Nunca me ha faltado un amigo a mi lado o alguien de la familia, pero cualquier persona que no se compadeciera de mí estaba fuera inmediatamente de mi círculo. Quiero decir que entonces yo era una queja andante, un infinito lamento. No me soportaba ni me soportaban. Era víctima de mí misma.

Ana cuenta también sus años en Suecia ya con la enfermedad y como, poco a poco, fue abriendo una puerta hacia la libertad; de cómo curó sus continuas migrañas y cómo consiguió liberarse de ellas, y de cosas que dejó que ocurrieran sin prever las consecuencias.
Termino con un párrafo que, como mujer, me ha parecido intenso:

Así que mi cuerpo se quejaba menos, mi estómago también, perdí peso, mis defensas subieron, mi piel se volvió tersa y suave, mi mirada limpia y firme, mi autoestima también. Me sentía guapa por dentro y por fuera, femenina, atractiva. Mis hombros se elevaron, mi cabeza también, ya no me escondía, ya no miraba al suelo al caminar y... descubrí el cielo. Sí, descubrí lo que había  arriba, la belleza de las nubes, el sol, la luz. Caminaba erguida, libre y decidida. Y de verdad fue un gran descubrimiento de mi vida.








A los que les interese el tema o el recorrido vital de un ser humano fuerte, encontrarán muchas ideas que les harán reflexionar. Y también un prólogo lúcido y humano de Eduardo Collantes (Jefe de Reumatología del Hospital Reina Sofía)

Los beneficios de este libro van destinados a AGRADE (asociación Granadina de Espondilíticos) y a la Asociación de Parkinson de Granada.
"Espondilitis anquilosante. LA ENFERMEDAD, MI SALVACIÓN" Ana M. Herrero Hernandez. Licenciada en filología Española( UGR 1990)
Desde 1997 trabaja como profesora en el Centro de Lenguas Modernas de la Universidad de Granada.


2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo, cuando sabes que hay alguien que te quiere, lo que haces te llena más; cuando sientes que nadie te quiere das vueltas y a veces hasta estrujas tu cerebro pensando qué harías para que alguien se acercara, un momento al menos, a escuchar el eco de los besos almacenados.

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  2. La vida que ocultamos a nosotros mismos es lo que más daño nos hace y también, demasiadas veces, a los demás. Estoy de acuerdo con lo que dices.

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