jueves, 14 de febrero de 2013

Para los niños que han de venir

En 2008 publiqué en la revista "Realidad y Ficción"un artículo sobre la literatura que me gustaría compartir con vosotros.


Granada centro, aquella mañana de diciembre, era como un cuadro de Schwitters. Sus letreros, sus edificios bien recortados y su aparente caos daban al corazón de la ciudad, innovadora, cordial, poesía –o así lo veía ella- todos los ingredientes de un buen collage. “Not fantastic” pero fascinante, conservadora y geométrica, barruntaba vida propia; un gigantesco ser vivo por el que se desplazaba junto a otros miles de pequeños seres girando, girando más rápido, ahora lento, más lento. Fue entonces cuando lo vio pasar, extraño, casi irreal, dando brillo a las piedras, luz a los escaparates, pulimento a las aceras. Se asustó al sentir cómo posaba sobre ella su mirada negra. Apretó el paso y cruzó el primer semáforo verde que encontró. Unida a otras tantas figuras se tranquilizó hasta que de nuevo se estremeció. Caminaba lanzando aprensivas miradas hacia todas partes, intentando encontrar una donde apoyarse, mientras el viento desagradable y frío de las diez le pegaba en la cara. ¿Acaso nadie se daba cuenta de la presencia de aquel que la seguía sin parecer tener prisa por alcanzarla? 

Entonces pensó que debía hacerle frente y se paró delante de un escaparate; observaba el paso lento y seguro mientras jugaba con el reflejo huidizo de su contorno en el cristal entre huellas de manos y gotas de la lluvia de hacía un rato. Deseó, sin saber por qué, hablarle; tranquila buscaba las palabras justas para dirigirse a él mientras entornaba los ojos haciendo aparecer y desaparecer aquella imagen, jugando a ser Dios. Sintió que la ciudad en unos segundos se quedaba en silencio; las cosas desaparecieron y las personas dieron un salto hacia atrás en el tiempo. Desvanecida la realidad, el extraño….





Acabo de levantar la vista del libro y, aunque sólo de vez en cuando me lo permito, he contemplado la cara de Juan Goytisolo entre las ruinas de la biblioteca de Sarajevo después de los bombardeos de la aviación serbia el 26 de agosto de 1992. Porque existen fechas imposibles de olvidar, otras que deben aprenderse y otras que nunca deben olvidarse tengo frente a mi mesa de trabajo este y otros recortes de periódico. Eso al fin y al cabo es el tiempo: fechas. Algo que nos ayude a recordar, evocar, anhelar, soñar, nombrar, señalar y calificar. Fechas, puñales como plumas, aparentemente inofensivas pero que nos marcan y que cambian el rumbo de la Vida. Y en este cuarto de los libros emerge también ante mí la figura del extraño, llega con un libro en la mano y me insta a que lo abra, y yo asiento porque sé que si se produce la magia y me engancha su historia saltarán chispas. Tal vez el libro que me ofrece no sea el mejor del mundo, tal vez a su historia se le vean los andamiajes, pero si conecto con él la experiencia habrá valido todo un año de lecturas. Sin embargo quiero tantear a este ser insólito y le pregunto por qué lo he de leer, y él me contesta: 

–Se me ocurren mil razones y sé que a ti también, por eso sólo te diré:

 "No hay más que un millón de herreros 
  
forjando cadenas para los niños que han de venir."



Y reconozco aquí al Poeta en Nueva York, y sonrío triste y cómplice porque es verdad, para leer se me ocurren mil razones y una sola. Podría deciros que porque recuerdo las caras de mis hijos cuando eran pequeños a la hora del cuento; cómo abrían los ojos cada vez que este les descubría una dimensión del mundo ampliándoselo un poco más cada noche; podría decir que ver reflejados mis miedos, mis inquietudes, mis fantasías y mis yoes me parece magia. Es magia. Pero eso ya lo saben los que leen. Leer es algo más que una distracción. Leer es atreverse a entrar en un mundo donde a cada respuesta dada le surgirán cinco preguntas. Porque favorece el autoconocimiento; porque mientras lees eres libre, puedes detener tus pasos, mil veces tus ojos en un paisaje, fijar tu atención en lo poco probable o saltarte una página para leerla después o nunca; porque si no viajas es como si lo hicieras, y si viajas con un libro en el bolso ya no estás solo.

Mi visión de la literatura y de la lectura en particular, es quijotesca. No creo que leer sea una forma de evasión. No creo en la lectura de evasión. Leer no es una manera de escapar de nosotros mismos o de la realidad que nos envuelve, una visión muy de moda… Leer, al igual que escribir, es enfrentarse a uno mismo, coger por el cuello a nuestros fantasmas y a nuestras hadas, dialogar con lo bueno y malo que hay en cada ser humano. Es, en definitiva, una vía de autoconocimiento y de conocimiento de los demás. Leer para aprender y poder luchar contra la idiotez, la vulgaridad y las injusticias que continuamente envuelven nuestras vidas. Leer es una manera de rebelarnos contra lo que no nos gusta o nos hace daño. Cuando Cervantes decide que su personaje deje los libros y salga al mundo es porque la lectura le ha abierto bien los ojos y ha visto la mediocridad que lo rodea. Y quiso que fuese un trastornado para dejarlo libre de demagogias, de mentiras y falsedades sociales –puede que a lo que saliera el hidalgo fuese a escribir… Y por eso no creo en las grandes campañas publicitarias para fomentar la lectura. Como mucho se conseguirá que la gente compre un libro, lo ojee, incluso lo lea, pero ese lector no habrá entendido la esencia y no volverá a comprar otro hasta que la moda lo vuelva a imponer. Yo creo en la labor silenciosa, de día a día, que hacen profesores, bibliotecarios, padres e instituciones explicando el por qué hay que acudir a la lectura.

Algunas veces oigo directa o indirectamente la pregunta: ¿Qué libros merece la pena leer? Aquí acudo de nuevo al extraño y su respuesta es muy clara: “Tienes que leer exclusivamente aquello que te apetezca. Con el libro pasa como con todo en la vida, que si no te divierte, no te ilusiona o no te hace soñar, al final… pues que vas y lo abandonas.” Ya sé lo que quiere decirme, ya veo por donde va y miro a su sombra que aparece y desaparece a capricho, y a sus ojos que tornan del cristal al fuego… que una persona curiosa, observadora, idealista, rebelde, consciente de sus limitaciones como ser humano, asustada, perdida, feliz, valiente, creativa, en definitiva, que cualquiera de nosotros necesita un interlocutor ideal: el libro. Y ese ser humano en la oscuridad lee porque quiere respuestas, pero para ello, desde pequeño, alguien ha tenido que proporcionárselas sin frustrar sus expectativas y sin convertirlo en un ser pasivo. Y entonces un día cruzas la delgada línea, –bien a través del lenguaje oral o del escrito, de la música o de la escritura, de la poesía o de la pintura–, línea que algunos puristas consideran sagrada, porque crees que has aprendido cosas y tienes que comunicarlas. Es una figura tal vez española por idealista pero tan universal como la propia novela.

Porque la línea entre el escritor y el lector es muy delgada, muy frágil, por mucho que moleste a algunos sectores. “¿Un escritor nace?” me pregunta el extraño con voz demasiado suave para mi gusto. “Bueno, yo diría que no” –le contesto tímidamente y me pongo a reflexionar…– “¡Vamos, vamos!" –exclama con una mueca burlona en los labios leyendo mis pensamientos– , "leer y escribir no es bueno ni malo, moral o inmoral o amoral, leer y escribir es humano de la misma forma que humano es el lenguaje”


 Y sé que esto no va a gustar,  pero estoy de acuerdo con él: considero que cuanto más se lee más humano se es. No me creo que personas que firman continuos tratados de guerra y sentencias de muerte sean buenos lectores de ficción. Tal vez para la foto o para calmar su conciencia o para evadirse de sí mismos, pero eso, ¿no lo veis así? eso no es un lector; esa figura enmoquetada dista mucho de madame Bobary, de la Nora de Ibsen o de Alonso Quijano. Y lo observo abrir ante mí su libro como si fuese un apéndice de su cuerpo y me parece un ángel amarillo –no todos son blancos y negros– y acudo a su lectura, como todo el que lee, porque quiero, exijo respuestas que se escapan a mi entendimiento. Reclamamos respuestas como seres pacíficos pero inteligentes y no nos gusta que nos tomen el pelo. No entendemos de grandes finanzas, de arreglos “globaliantes” ni de por qué se destruyó la biblioteca de Sarajevo. Por eso, porque creemos que Algo no funciona, acudimos a los libros de ficción buscando como dice Claudio Magris lo que se queda en los márgenes del devenir histórico. Leer para que dejen de existir personas que apoyen sitios como Guantánamo, que intenten exterminar una raza, destrozar familias enteras por su nacionalidad o matar miles de niños por un pedrusco que brilla en la oscuridad.

Necesitamos leer para irnos de rositas al Londres de Clarissa Dalloway paseando en una mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa, pero también para conocer a ese pobre hombre que es la figura de Septimus, torturado por la guerra y que termina suicidándose. Realmente aspirando a ser completamente sincera, creo que sólo se lee para intentar conocer el mundo que habitamos. Pero para conocerlo hay que hacerse preguntas, tener curiosidad intelectual y es ahí donde fallamos: la gran asignatura pendiente de nuestra sociedad. De acuerdo que hay niños que parecen nacer ya programados para ello y que son preguntones antes de la edad de los porqués y siguen siendo preguntones cuando, ante el espejo, peinan sus canas cada mañana. Pero eso no justifica el no intentar hacer de la lectura un entretenimiento de masas.

“Pensemos por un momento –me dice cerrando el libro en seco– que no sabemos leer, que vemos esos signos pequeños como hormigas, los rótulos de las calles, las novelas en las librerías, la prensa, las recetas de cocina y las instrucciones del móvil…” “Es como si se fuese la luz en una noche de luna nueva –dije yo”.

4 comentarios:

  1. Estupendo trabajo Herminia,confieso que me hace pensar y son muchas las ideas que se colocan sobre mi, es como una previsión de lluvia intensa que no se si se hará realidad. Creo que leemos para ser,crecer y aprender a sentir-entre otras cosas-; y escribimos para dejar de ser al tiempo que nos hacemos.

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  2. Gracias. Creo que nuestra sociedad debe aprender a hacer preguntas y a exigir pacíficamente que tomen conciencia nuestros representantes de que las respuestas van a ir dirigidas a personas adultas e inteligentes.

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  3. Enhorabuena Hermi, al leer esto, creo que, sí, el "LEER", nos hace más humanos, si realmente se lee con sentido crítico, analista y abierto, nos muestra realidades distantes de la nuestra y nos ofrece la capacidad de ser más "humanos" en la medida que podamos comprender mejor otras situaciones.

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  4. Si exactamente, desarrolla nuestra empatía. Muchas gracias, Mari Carmen.

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