sábado, 26 de enero de 2013

Dido y Eneas


  

Durante el siglo XV y XVI, en Italia se buscó una recuperación de la cultura clásica. Las grandes familias italianas se consideraban herederas directas de los emperadores, y como tales se hacían retratar. La arquitectura tomó como modelos los templos, y la pintura y la escultura empezaron a retomar los cánones de belleza que fueron abandonados al mismo tiempo que las grandes urbes, cuando el mundo occidental se sumió en la oscuridad -no sin algunos focos de luz- durante la Alta Edad Media. En música, sin embargo, se daba una situación particular: en el Renacimiento no se conocían aun las escasísimas fuentes de música (únicamente griega) que han sobrevivido. El Renacimiento en este arte no lo sería como tal. Partir desde cero, teniendo como única referencia los textos teóricos y crónicas de la época era una ardua tarea a la que solo se encontró una solución a finales del siglo XVI, cuando una élite intelectual se reunió en Florencia, en lo que se llamó Camerata Bardi (en honor a su mecenas) o Camerata Fiorentina. Allí se propuso el reto de reconstruir lo que se creía que era la tragedia griega, en la que gran parte del texto era cantado y la acción dramática se intercalaba con coros de contenido filosófico y moral: había nacido la ópera. 

La ópera es sabido que es la maravillosa síntesis de todas las artes: música, literatura, escenografía y en muchas también la danza. “Dido y Eneas” pese a sus modestas proporciones consigue aunar todas ellas de forma elegante y delicada, con un argumento sencillo si obviamos el trasfondo filosófico que se ve reflejado de manera magistral en los coros a semejanza del teatro griego: La historia de amor entre el príncipe troyano Eneas y la legendaria reina de Cartago, Dido. Debido a la envidia de unas hechiceras, la historia de amor se frustra y Dido se suicida. 


La historia está basada en el canto IV de la Eneida y el libreto es del escritor y poeta inglés Nahum Tate (1652-1715)que la adaptó a la mentalidad de la época, ya que en la versión de Virgilio era Júpiter el que enviaba a Mercurio para decirle a Eneas que debía abandonar Cartago, pero para la Inglaterra de la época los personajes de las hechiceras y las brujas eran posiblemente más cercanos y atractivos. Esta ópera en tres actos, una de las más importantes del Barroco, y posiblemente la más conocida de las óperas inglesas, fue compuesta por Henry Purcell, la figura más relevante del estilo barroco inglés. 


El elegir esta ópera para su comentario ha sido porque su música me parece intimista y concisa, pero cargada de una expresividad muy particular, típicamente inglesa, en la que se mezcla lo popular y los sentimientos más profundos y oscuros con una gran coherencia; y porque Eneas y especialmente Dido me parecen unos personajes tan ricos que necesitarían mucho tiempo de análisis. Sin embargo, trataré de explicar brevemente qué pienso que lleva a esta noble mujer(aunque en otras versiones ha sido bastante denostada) a elegir la muerte no como un acto heroico sino como algo por lo que no quiere ser recordada. Para ello me remontaré a sus orígenes e iremos viendo cómo la maldición de la envidia la persigue hasta el final de sus días. Quizá así entendamos hoy que no fue el suicidio de una débil y pasional enamorada, adjetivos que no concuerdan con la intrépida mujer que fue capaz de formar un ejército y fundar Cartago. 

Dido era hija del rey de Tiro, se casa muy joven con el gran sacerdote de Hércules, Sicarbas, el hombre más rico de todos los fenicios. Pigmalión, hermano de Dido, siente envidia de la riqueza y felicidad de su hermana y urde un plan para matar a Sicarbas y echarle la culpa a Dido. Una noche en sueños se le aparece el espíritu de Sicarbas que le muestra cómo fue asesinado y le aconseja que huya de Tiro porque su vida corre peligro. De madrugada esta mujer consigue reunir quince naves y que la sigan todos los que odian al envidioso y avaro Pigmalión, y con parte de la fortuna de Sicarbas desembarca en Chipre, donde rapta a cincuenta doncellas y las ofrece como compañeras a los que habían querido acompañarla en este incierto viaje y pone rumbo hacia tierras africanas, desembarcando junto a Utica. Allí pide a sus habitantes que le concedan un terreno “que pudiese ser medido con la piel de un toro” y una vez comprado a un precio bastante alto, se entretiene en cortar la piel en finas tiras y de esta manera trazar una gran circunferencia que fue la cuna de Cartago, rival de Roma. Esto ocurrió en el 880 a.C.[1]. 


  

Tras una serie de peripecias que hablarían de su intrépido y sólido carácter, así como de su fidelidad a los afectos, aparece en su vida Eneas, del que se enamora locamente[2]. Dido para entonces es una mujer tan poderosa como podría serlo en aquel tiempo la reina de Cartago; es bella, inteligente y bondadosa. Solo le falta el amor que llega a través de un héroe tan completo como Eneas. Visto desde la perspectiva de la naturaleza humana –otra no tenemos–, es lógico que despierte un poco de envidia, pero esa envidia, capaz de desear y provocar la desgracia hasta la desaparición del otro, pensando que así podremos ser un poco menos infelices, solo se da, afortunadamente, en unos pocos seres no recomendables que, normalmente suelen disfrazarse de personas alegres, sociables y amigables. Este es el caso de estas harpías, que en el barroco inglés toman la forma de hechiceras y que confabulan para provocar la desgracia de una Dido, desde siempre, castigada por el pecado de la envidia. Estas brujas no soportan su buena fortuna y así nos llega con estos versos y la espléndida música de Purcell: 

“La reina de Cartago, a la que 
odiamos, como hacemos con todos 
aquellos estados prósperos 
antes de la puesta del sol 
se verá si es que puede existir mayor infortunio, 
¡privada de fama, 
de vida y de amor! (…)” 

En esta ópera es también novedoso un Eneas que no huye, como en otras versiones, de noche, furtivo, como lo hiciera en La Eneida. Es un hombre maduro y enamorado que siente una gran pesadumbre por tener que marcharse: 

“(…) ¿Cómo puede ser tan duro un destino? Una noche de gozo, la siguiente de renuncia(…)” 




Es tan grande su dolor que decide quedarse con Dido desobedeciendo a los mismísimos dioses, pero ella no es capaz de perdonarle que se hubiese planteado tan solo abandonarla y no le permite seguir a su lado. Ese orgullo, esa intolerancia a la debilidad humana, esa exigencia hacia ella misma y hacia los demás es, en mi opinión, lo que la arrastra realmente al suicidio.

Posiblemente el ser humano que nos atrapa sea aquel que gana batallas por su inteligencia, pero que acepta la derrota con elegancia, es decir, con inteligencia de espíritu, por llamar de algún modo a ese "rara avis" de hombre común, que sin ser hijo de dioses, termina convirtiéndose en héroe. Es esa clase de persona que tan bien han captado grandes retratistas como Velázquez, Cervantes, Shakespeare o Virgilio.





To Death I'll fly                                      
if longer you delay;
away, away!...
(Exit Aeneas)

But Death, alas!
I cannot shun;
Death must come when he is gone.

CHORUS
Great minds
against themselves conspire,
and shun the cure
they most desire.

DIDO

Thy hand, Belinda,
darkness shades me.
On thy bosom let me rest,
more I would,
but Death invades me;
Death is now a welcome guest.
When I am laid in earth,
May my wrongs create
no trouble in thy breast;
remember me, but
ah! forget my fate.

(Cupids appear in the clouds

o're her tomb)

CHORUS

With drooping wings
you Cupids come,
and scatter roses on her tomb,
soft and Gentle as her heart.
Keep here your watch,
and never part.



DIDO

Yo volaré antes hacia la muerte,
cuanto más largo sea tu
aplazamiento. ¡Fuera, fuera!...

(Sale Eneas)
Pero, ¡oh, muerte! no puedo
rehuirle; la muerte debe llegar
cuando él se haya ido.



CORO

Las grandes mentes
conspiran contra sí mismas
y evitan la cura
que más desean.

DIDO

Tu mano, Belinda;
me envuelven las sombras.
Déjame descansar en tu pecho.
Cuánto más no quisiera,
pero me invade la muerte;
la muerte es ahora una visita
bien recibida.
Cuando yazga en tierra, mis
equivocaciones no deberán crearle
problemas a tu pecho; recuérdame,
pero, ¡ay!, olvida mi destino.

(Cupido aparece en las nubes,
sobre su tumba)

CORO 

Tú, Cupido,
vienes alicaído
y esparces rosas sobre su tumba,
dulces y tiernas como su corazón.
Mantén aquí tu vigilancia y no
partas nunca. 


Este es el final de la ópera. Es el momento más intenso y espiritual. Tras el recitativo de Dido, el coro envuelve la escena creando una atmósfera que trasciende la naturaleza humana de los personajes y sus pasiones con la frase “Las grandes mentes contra sí mismas conspiran, y eluden la cura que tanto anhelan”. Esto está reforzado por la luminosidad que la tonalidad mayor, que en medio de la oscuridad, le confiere, y que poco a poco vuelve al carácter grave en la segunda mitad de la frase. Dido se suicida. Después de un recitativo, empieza el aria más conocida de la ópera, conocida como “El Lamento de Dido”. No en vano, el bajo sobre el que está construida se denomina bajo de lamento, y se repite constantemente en forma de obstinato. Tanto el bajo del lamento como las piezas basadas en bajos obstinatos son recursos retóricos muy frecuentes en todo el Barroco. Suelen aparecer, como es el caso, en las partes culminantes de las óperas, creando un efecto a veces hipnótico, a veces de inexorabilidad. Uno de mis ejemplos favoritos, aunque es solo instrumental, es la Chacona de la partita en re menor para violín solo de Bach, compuesta tras la muerte de su mujer.

[1] Las fábulas nos cuentan esto. La historia nos dice que cuando Dido llega Cartago ya había sido fundada. Ella levanta una ciudadela llamada Birsa, que en griego significa piel, cuero.

[2]Lo que Virgilio cuenta de los amores de Eneas y Dido es pura invención del poeta, pues Eneas vivió trescientos años antes de la fundación de Cartago.



PURCELL, Dido and Aeneas, Libreto traducido al español por Eduardo Almagro López, 1998.

VIRGILIO, la Eneida, Editorial Cátedra, Madrid, 1989.

J.HUMBERT, Mitología griega y romana, Editorial Gustavo Gili, S.A. versión de la 24ª edición francesa.

jueves, 17 de enero de 2013

Humor irreverente


  "He tocado el piano en una casa de putas. He sacado papeles secretos de Rusia clandestinamente. He enseñado a toda una pandilla de gánsteres a jugar al pincha-pellizca [...]. Me he sentado en el suelo con Greta Garbo, he cabalgado con el príncipe de Gales, he jugado al pimpón con George Gershwin. George Bernard Shaw me ha pedido consejo..." [1]

A mi abuela le gustaba Harpo y a mí me gustaba mi abuela, y especialmente la carcajada que no pocas veces le provocaba este. Yo en aquel momento apenas entendía nada, aunque con las buenas películas pasa como con los buenos cuentos catalogados de infantiles, que son para todos los públicos. Por edad no me tocaban los hermanos Marx, pero entonces con una cadena veíamos poco y elegíamos menos. 


En estos momentos tan difíciles como los que atravesamos, que alguien sea capaz de provocar no ya la sonrisa, sino la carcajada, es digno de admiración, es, como solemos decir, para quitarse el sombrero. Por eso, estos iconoclastas, anárquicos y surrealistas más que del humor, de la propia vida, siguen tan vigentes como en su época y podrían inundar nuestros periódicos de anécdotas y frases geniales durante cientos de días. 


Sucede con los hermanos Marx como con los libros, la carta de la nueva cocina o los viajes: que no sabemos cual elegir. Milton, Julius, Leonard y Alfred fueron unos neoyorkinos de origen alemán, cuya madre farandulera(palabra que me encanta), los introdujo desde pequeños en el mundo difícil y duro del espectáculo donde, poco a poco, fueron escalando peldaños hasta llegar a Brodway a principios de los .años veinte y dándose a conocer masivamente a través de su primer gran éxito “I´ll say she is”. 


En general se les recuerda por su irreverente humor aunque también cultivaron la música: todos tocaban varios instrumentos, y algunos de ellos los tocaban francamente bien, llegando a tener giras importantes con su grupo como es el caso de Harpo. También sabían bailar, imitar diferentes acentos y, claro está, actuar. 


Supieron darle al concepto de grupo una coherencia y unidad poco corriente a través de sus actuaciones y una individualidad totalmente innovadora a través de sus caracterizaciones y gestos. La tarjeta de presentación de Groucho (Julios) fue su bigote impostado y su original forma de moverse en el escenario, la de Harpo sigue pareciéndonos increíble y está en la memoria de todos a través de sus rizos cubiertos con el imposible sombrero de copa, su arpa, su desmadejada gabardina y la bocina que todos, en algún momento hemos querido tener. Zeppo viene a aportar el equilibrio y la mesura que todo conjunto necesita. 



La biografía de los hermanos Marx es fácil encontrarla, y en líneas generales la conocemos casi todos, así que para terminar, os quiero dejar con unas cuantas frases a mi elección de los cientos y cientos que nos regalaron, y con una pequeña filmoteca por si a alguien le apetece una tarde de sillón recordando algunas de sus películas. Y aunque algunos diálogos y escenas habrá que verlas para comprenderlas con la mentalidad de la época, siguen vigentes, quizá ahora más que nunca, los temas principales ¡Que lo disfrutéis!  





Las frases célebres que a mí más me gustan:

"Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntándoselo. Y si responde “sí” sabes que es un corrupto"

"Hasta que uno no se ha limpiado los zapatos con el vestido nuevo de la esposa, no sabe nada del amor... ni de la esposa."

"La diferencia entre la política y el matrimonio es que en política has de acostarte con cualquiera."

"Tras mi último divorcio, mi vida sexual se reduce a las cartas de admiración de una lesbiana de edad madura que necesita que le preste ochocientos dólares."

"Mucha gente sostiene que el matrimonio acaba con el romance. Estoy de acuerdo: cada vez que tengo un romance mi mujer trata de acabar con él."

"Finalmente me di de baja. Me niego a pertenecer a un club que me acepte a mí como socio."

"Arthur, hijo menor de Groucho le espeta: "Papá, el hombre de la basura está aquí". A lo que él responde: "Dile que hoy no queremos".

"Decidme, os lo ruego, ¿qué personas se levantan con el alba? Policías, bomberos, basureros, conductores de autobús, dependientes y otros de las clases más humildes. No ves a Marilyn Monroe levantándose a las seis de la mañana... la verdad es que yo no veo a Marilyn levantándose a ninguna hora, lo cual es una lástima."


"Groucho: ¡Qué tontería! En su lugar, yo hubiera vendido el chófer y me hubiera quedado con el coche.
Chico: No puede ser. Necesito el chófer para que me lleve al trabajo por la mañana.
Groucho: Pero, ¿cómo va a llevarle si no tiene coche?.
Chico: No necesita llevarme. No tengo trabajo"

"Mire que dar una fiesta y no invitarme... He estado a punto de no venir."

"Lo que veo más obsceno en una mujer es que opine."
Frases desafortunadas como esta también las encontramos en Groucho, y hoy sería escandalosas (afortunadamente)


Groucho Marx declinó así la invitación a tomar el té de una asociación de amas de casa: 

"Queridas señoras. Desearía poder aceptar su amable invitación, pero mi secretaria me ha convertido en su esclavo sexual y me tiene desnudo y atado a su escritorio. Suyo afectísimo, 
G.M."

"No sé a qué viene admirar tanto a Moisés por los diez mandamientos. Yo también escribo, y a mí no me sopla Dios el argumento"

"Bebo para hacer interesantes a las demás personas"

"Creo que la televisión es muy educativa. Cuando alguien la enciende me voy a leer un libro."

"Debo confesar que nací a una edad muy temprana"

"Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente."

"La humanidad, partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria."

"La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música"

"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados."

"La próxima vez que lo vea, recuérdeme no saludarlo."

"No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual."


"No reirse de nada es de tontos, reirse de todo es de estupidos." 

"Nunca olvido una cara, pero en este caso haré una excepción".

Felicitación escrita para un amigo:
"Si sigues cumpliendo años, acabarás muriéndote. Besos, Groucho."


 

"Todo lo que soy se lo debo a mi bisabuelo, el viejo Cyrus Tecumseh Flywheel. Si aún viviera, el mundo entero hablaría de él... ¿Que por qué? Por que si estuviera vivo tendría 140 años." 

"Un coche y un chófer cuestan demasiado. He vendido mi coche."


Las películas que a mí más me gustan:











[1] De la autobiografía de Harpo Marx

martes, 8 de enero de 2013

Una gallega que se hizo pasar por andaluza


Este título puede llevarnos por varios caminos y quizá el más lógico sería el de ponernos a reflexionar sobre qué es España y las regiones o comunidades autónomas que la conforman. No obstante, la idiosincrasia vasca, catalana, extremeña, canaria, etc, no es el motivo que me lleva hoy a escribir sobre una gallega que se hizo pasar por andaluza en el siglo XIX y que cambió sin trabajo ni complejos la muñeira por el flamenco.



De todos es sabido el peregrinaje de la mujer desde siempre para alcanzar lo que se presupone a cualquier individuo, esto es, el derecho a ser libre y el respeto. Si nos preguntamos qué época histórica hizo más daño al género femenino no hallaríamos consenso; no es justo achacarlo todo a las religiones, machistas prácticamente todas, al oscurantismo de la Edad Media, a la frágil mujer que alentó el Renacimiento o, por poner otro ejemplo, a los romanos donde hasta la costumbre del maquillaje que usaban las damas estaba mal visto. Que las mujeres quisieran resaltar sus ojos o alargar un poco la juventud escandalizaba al propio Juvenal, gran poeta y también gran misógino – todo hay que decirlo–, que se refería a tal costumbre de este modo:
 “Todo se lo permite la mujer[…] Su cara de aspecto repugnante e hinchada ridículamente por un gran emplasto de masa de harina, huele a pomadas de Popea ( Popea fue esposa de Nerón, la inventora de la primera mascarilla facial y también famosa por llevar a todas partes más de trescientas burras para utilizar su leche como hidratante en el baño) […] Pero a este rostro, al que aplica y renueva tantos potingues, que recibe tantas cataplasmas de flor de harina húmeda, ¿cómo lo llamaremos, cara o úlcera?”.
 Reseñar solo el concepto que de la mujer tenían los griegos: Platón y Aristóteles, ya sabéis, decían que no tenían alma, y no pondré las palabras de estos grandes pensadores a los que admiro sinceramente, porque alargaría demasiado el texto y me iría por las ramas de lo que realmente quiero contar, que es la lucha por la supervivencia de una española llamada Agustina, nacida en un pueblecito de Pontevedra el 4 de noviembre de 1868. Dicho así pasa por una de tantas mujeres fuertes e inteligentes que, hasta montando a la amazona, eran excelentes jinetes. Otra cosa es que diga que voy a contaros un poco de la vida de “La bella Otero”. Digo un poco porque muchas cosas que se conocen de su vida fueron inventadas por ella misma, envolviendo de misterio y glamour una vida dura y solitaria.

Datos comprobados son su lugar y fecha de nacimiento, su origen humildísimo, tanto que era hija de una mendiga y a su padre nunca lo conoció, y tenía que compartir su miseria con cuatro hermanos. A los once años sufre una agresión sexual salvaje que le deja una fractura pélvica y múltiples desgarros vaginales; las secuelas psicológicas no las podemos enumerar, aunque pensemos que además, a raíz de la violación, comenzaron a mirarla aún peor y terminó escapando de Puente Valga, su pueblo.


 
Casa natal de la Bella Otero

Ahí comienza a reinventarse, cambia su nombre y adopta el terrible nombre de Carolina, digo terrible porque era el de su hermana mayor difunta. Volvemos a saber de ella cuando cuenta apenas veintiún años y comienza a destacar en los ambientes del París de La belle époque como el Folie-Bergére o el Moulin Rouge y aprovechando el auge del exotismo español se hace flamenca y pasional. El repiqueteo de sus castañuelas y sus sinuosos movimientos hacen que esta mujer incapacitada para tener hijos a raíz de su agresión sexual, se convierta en la española más famosa de su tiempo: se sabe que triunfó en Australia, Egipto, América, Oriente Medio y, por supuesto, en Europa. Y que fue la ciudad de New York la que hizo que su vida brillara con el fulgor de la mejor de las estrellas. Su arte, su belleza y su carisma hicieron que el multimillonario William k. Vanderbilt la convirtiera en su amante y le abriera las puertas de la alta sociedad neoyorkina.



A este nombre famoso vendrían a añadirse otros no menos ilustres y ricos, haciendo que en su lista aparecieran como devotos el emperador Guillermo de Alemania, el príncipe Alberto de Mónaco, Nicolás II de Rusia, Eduardo VII de Inglaterra, por citar algunos nombres de su extensa lista de amantes de sangre azul.

Se cuenta que manejaba a los hombres como marionetas, que los volvía locos y que nunca amó a ninguno. Le pusieron el sobrenombre de la “Sirena de los suicidas” porque hasta su agente artístico, aquel que la lanzara unos años antes al estrellato se suicidó por su indiferencia. En la lista de suicidas comprobados se cuentan más de ocho, todos nobles y aristócratas.

Supo también retirarse a tiempo, lo que es victoria asegurada, y se estableció en un palacete de la costa francesa, concretamente en Niza, rodeada de lujo y aduladores. Sin embargo todos tenemos un talón de Aquiles, y el suyo fue el no saber convivir con la soledad y la terrible necesidad de huir de su propio yo, lo que la llevó a la ludopatía. Se cuenta que llegó a perder en el casino de Montecarlo hasta 700.000 francos de oro en una noche. La ruleta del casino la dejó sin casa, sin aduladores y sin joyas tan importantes como varios collares de diamantes que habían pertenecido a Eugenia de Montijo o a María Antonieta. La ruleta del tiempo la vio morir a los 96 años en una pequeña habitación de un hotel de Niza.



 Prototipo de villa de la Belle Époque 

miércoles, 2 de enero de 2013

El día de Reyes


Todos tenemos personas a las que hemos admirado en la infancia en mayor o menor grado, bien por sus divertidas historias, bien por su apostura, por su inteligencia, por su ingenio… Normalmente suele ser tu padre que te enseña a montar en bicicleta o a no tener miedo a la oscuridad, un hermano o hermana mayor, un amigo
, o una maestra que es capaz de hacernos apreciar que esos signos indescifrables al final nos cuentan una maravillosa historia. Sin embargo, hay algunos que en su infancia son especialmente afortunados: aquellos que mantienen la creencia durante algunos años de que existen los Reyes Magos. Yo, que he de confesaros, que tengo una tendencia natural a fascinarme con todo, que aún sigo mirando las cosas y pensando: “Vaya, esto sí que es realmente extraordinario”, me acuerdo, como si fuese esta misma mañana, de lo poderosos que eran estos magos.
 Una noche de Reyes, al volver a casa después de haber visto la cabalgata con mis padres, oí trajín en el piso de arriba y al preguntarle a mi madre me dijo que eran los Reyes Magos, yo la miré muy seria “¿Sí? ¡He conseguido oírlos! ¿Puedo verlos? Por favor…” Mi madre me cogió de la mano y me dejó en el primer escalón que conducía al piso de arriba. “Sube conmigo, mamá” “No, no, que no, que se van a enfadar, les gusta que los dejen tranquilos mientras hacen su trabajo”. Así estuvimos un rato y como ya habréis imaginado, no subí por no molestar, pero sobre todo, por miedo a esos reyes barbudos y exóticos que eran tan espléndidos y lejanos.

A la mañana siguiente, cerca de la ventana, aún abierta, dijo mi madre:

–¡Qué Reyes más descuidados, que se han dejado la ventana de par en par!”. Yo, sin sentir el frio de enero en la habitación, de rodillas me lancé a abrir mis regalos: una Nancy rubia y una bicicleta, todo un trofeo a mi buen comportamiento. Embelesada, sin poder dejar de mirar ora su pelo dorado, ora sus botas rojas y exaltada por las historias que podría vivir con mi bici azul, amé a los Reyes Magos sobre todas las cosas.

Ahora, cuando has llegado a cierta edad, te das cuenta de que del niño al hombre apenas hay un par de zancadas, unas sonrisas, algunas lágrimas, unos ojos y… la palabra. Es con ella con la que he querido contaros, como testigo, lo que tal vez, sí tal vez, pues nunca se sabe, no volverá a repetirse en mi vida: la ilusión de esta maravillosa tradición, cuyos recuerdos quizá sean un continuo despedirse y a la vez una forma de eternizar nuestra niñez.

Y cómo no me gustan las frases que acompañan las fotos almibaradas ni las sentenciosas, ni las bíblicas, ni las de promesas, ni las que intentan enseñarte cómo pensar, sentir o actuar me despido deseá
ndoos que os inunden la mañana del día seis los de Oriente con promesas y posibilidades.

Feliz día de Reyes

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un cuento



En todas las entradas de este blog he ido dando puntadas alrededor de la literatura sin llegar al pespunte. Hoy será la creación literaria la que hable a través de mi cuento favorito. Siento pudor al reconocer que lloré como una niña cuando lo leí la primera vez y que me sigue emocionando después de no sé cuantas relecturas. Por eso ahora que se acerca la Navidad, y aunque algunos nos resistamos cada año a ponernos un poco más sensibles, quiero compartirlo con vosotros.

Soy de las que opina que un cuento por corto que este sea, sin profundidad, sin una idea que fluya como un río subterráneo debajo de toda la narración, una idea que lo justifique, no tiene razón de ser. Se quedará en mera anécdota, en artículo o en crónica. Y Si no somos capaces de adentrarnos en esa idea para a través de ella genera emociones, nuestro cuento quedará vagando en el camino fácil de la enumeración anecdótica de sucesos contados con mayor o menor ingenio.

Por otro lado, si algo necesita ser creíble es un cuento. En general toda la ficción, pero quizá el cuento por intensidad y brevedad aún más. La realidad no necesita de la verosimilitud para existir por extraña que nos resulte a veces cuando nos la narran, pero la ficción exige siempre que los hechos que nos cuentan sean verosímiles. Entre otras cosas porque acabaría con la emoción que da el fisgonear en un momento concreto de la vida del otro, lo que en la vida real estaría muy mal visto. Esa ilusión hace que reflexionemos sobre nosotros mismos a través de las historias de otros y que den a nuestra forma de entender el propio pasado y presente una mayor lucidez.

Bueno, os dejo con la magia de la literatura de la mano de una de las grandes escritoras de habla hispana del siglo XX.



Al Colegio. Carmen Laforet (1)

Vamos cogidas de la mano en la mañana. Hace fresco y el aire está sucio de niebla. Las calles están húmedas. Es muy temprano.

Yo me he quitado el guante para sentir la mano de la mano de la niña en mi mano y me es infinitamente tierno este contacto, tan agradable, tan amical, que la estrecho un poquito emocionada. Su propietaria vuelve hacia mí la cabeza, y con el rabillo de los ojos me sonríe. Sé perfectamente la importancia de este apretón, sabe que yo estoy con ella y que somos más amigas hoy que otro día cualquiera.

Viene un aire vivo y empieza a romper la niebla. A todos los árboles de la calle se les caen las hojas, y durante unos segundos corremos debajo de una lenta lluvia de color tabaco.

‑Es muy tarde; vamos.

‑Vamos, vamos.

Pasamos corriendo delante de una fila de taxis parados, huyendo de la tentación. La niña y yo sabemos que las pocas veces que salimos juntas casi nunca dejo de coger un taxi. A ella le gusta; pero, a decir verdad, no es por alegrarla por lo que lo hago; es, sencillamente, que cuando salgo de casa con la niña tengo la sensación de que emprendo un viaje muy largo. Cuando medito una de estas escapadas, uno de estos paseos, me parece divertido ver la chispa alegre que se le enciende a ella en los ojos, y pienso que me gusta infinitamente salir con mi hijita mayor y oírla charlar; que la llevaré de paseo al parque, que le iré enseñando, como el padre de la buena Juanita, los nombres de las flores; que jugaré con ella, que nos reiremos, ya que es tan graciosa, y que, al final, compra­remos barquillos ‑como hago cuando voy con ella‑ y nos los comeremos alegremente.

Luego resulta que la niña empieza a charlar mucho antes de que salgamos de casa, que hay que peinarla y hacerle las trenzas (que salen pequeñas y retorcidas, como dos rabitos dorados debajo del gorro) y cambiarle el traje, cuando ya está vestida, porque se tiró encima un frasco de leche condensada, y cortarle las uñas, porque al meterle las manoplas me doy cuenta de que han creci­do... Y cuando salimos a la calle, yo, su madre, estoy casi tan cansada como el día en que la puse en el mundo... Exhausta, con un abrigo que me cuelga como un manto; con los labios sin pintar (porque a última hora me olvidé de eso), voy andando casi arrastrada por ella, por su increíble energía, por los infinitos “porqué» de su con­versación.

‑Mira, un taxi. ‑Éste es mi grito de salvación y de hundimiento cuando voy con la niña... Un taxi.

Una vez sentada dentro, se me desvanece siempre aquella perspectiva de pájaros y flores y lecciones de la buena Juanita, y doy la dirección de casa de las abuelitas, un lugar concreto donde sé que todos seremos felices: la niña y las abuelas, charlando, y yo, fumando un cigarrillo, solitaria y en paz.

Pero hoy, esta mañana fría, en que tenemos más prisa que nunca, la niña y yo pasamos de largo delante de la fila tentadora de autos parados. Por primera vez en la vida vamos al colegio... Al colegio, le digo, no se puede ir en taxi. Hay que correr un poco por las calles, hay que tomar el metro, hay que caminar luego, en un sitio determina­do, a un autobús... Es que yo he escogido un colegio muy lejano para mi niña, ésa es la verdad; un colegio que me gusta mucho, pero que está muy lejos... Sin embargo, yo no estoy impaciente hoy, ni cansada, y la niña lo sabe. Es ella ahora la que inicia una caricia tímida con su manita dentro de la mía; y por primera vez me doy cuenta de que su mano de cuatro años es igual a mi mano grande: tan decidida, tan poco suave, tan nerviosa como la mía. Sé por este contacto de su mano que le lote el corazón al saber que empieza su vida de trabajo en la tierra, y sé que el colegio que le he buscado le gustará, porque me gusta a mí, y que, aunque está tan lejos, le parecerá bien ir a buscarlo cada día, conmigo, por las calles de la ciudad... Que Dios pueda explicar el porqué de esta sensación de orgullo que nos llena y nos iguala durante todo el camino...

Con los mismos ojos ella y yo miramos el jardín del colegio, lleno de hojas de otoño y de niños y niñas con abrigos de colores distintos, con mejillas que el aire ma­ñanero vuelve rojas, jugando, esperando la llamada a clase.

Me parece mal quedarme allí; me da vergüenza acom­pañar a la niña hasta última hora, como si ella no supiera ya valerse por sí misma en este mundo nuevo, al que yo la he traído... Y tampoco la beso, porque sé que ella en este momento no quiere. Le digo que vaya con los niños más ‑pequeños, aquellos que se agrupan en un rincón, y nos damos la mano, como dos amigas. Sola, desde la puerta, la veo marchar, sin volver la cabeza ni por un momento. ‑Se me ocurren cosas para ella, un montón de cosas que tengo que decirle, ahora que ya es mayor, que ya va al ‑colegio, ahora que ya no la tengo en casa, a mi disposi­ción a todas horas... Se me ocurre pensar que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la vaya separando de mí ‑trabajo, amigos, ilusiones nuevas‑, la irá acercan­do de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo...

Y todo esto quizá sea falso... Todo esto que pienso y que me hace sonreír, tan tontamente, con las manos en los bolsillos de mi abrigo, con los ojos en las nubes.

Pero yo quisiera que alguien me explicase por qué cuando me voy alejando por la acera, manchada de sol y niebla, y siento la campana del colegio, llamando a clase, por qué, digo, esa expectación anhelante, esa alegría, porque me imagino el aula y la ventana, y un pupitre mío pequeño, desde donde veo el jardín y hasta veo clara, emocionantemente, dibujada en la pizarra con tiza amari­lla una A grande, que es la primera letra que yo voy a aprender...



(1) Texto de la edición de 1996. Es un relato que pertenece al libro Madres e hijas. Barcelona: Editorial Anagrama. Págs. 35-38

Deseo que este cuento os haya proporcionado algunos momentos de felicidad. Feliz Navidad a todos los que me acompañáis en este blog.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Belleza y Crueldad


¿Qué sucedería hoy con un príncipe, conde, sobrino de San Carlos Borromeo,  sobrino del Papa, casado  con su prima, hija del marqués de Pescara, una de las mujeres más hermosas de su tiempo que la  asesinase a ella y a su amante? Bueno, seguro que hay, visto los tiempos que corren, múltiples respuestas, pero yo os voy a contar lo que sucedió con Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa y conde de Conza( Nápoles, h 1560 – ib. , 1613).

Carlo Gesualdo encarna el prototipo de artista brillante, digno de la mejor novela negra y que ha inspirado desde una ópera basada en su vida en 1995 a Schnittke, una novela a Anatole France, una ópera a Franz Hummel o un cuento a Cortazar. Por no hablar de Anna Calvi, Franco Battiato y se comenta que Bertolucci planea hacer una película sobre la vida y música de este hombre del Renacimiento que fue “convenientemente” olvidado porque parecía incongruente que una obra tan hermosa pudiera estar manchada de crimen, corrupción, desintegración personal e incoherencia vital. Es un personaje que deja a la luz del día la unión entre Maldad y Bondad, Equilibrio y  Desmesura o Corrupción y Belleza. En fin, todos los reversos de la moneda que encontramos en la vida misma. Este asesinato en el Renacimiento se contemplaba como una defensa frente a la agresión de los otros. –me viene a la memoria la figura de Cesar Borgia, otro príncipe de la época–. Y bajo este prisma se ha justificado la guerra, el dominio de unos pueblos sobre otros y el mandato del fuerte sobre el débil hasta disculpar casos de extrema crueldad.




El arte está plagado de historias épicas y bellas imágenes de guerra, destrucción y muerte. Todos los pueblos han convivido con dioses buenos y malos, dioses del amor y la guerra. No hay mas que revisar la mitología persa, la egipcia, la china o la griega entre otras, donde los dioses encarnan todas las pasiones humanas. El dualismo entre las tinieblas y la luz ha sido acicate y generador de creatividad en el arte y hasta en la vida. Nadie puede negar que se necesita ser creativo para convertirse en un asesino en serie, un estratega de los negocios o de la guerra o en el dirigente de una gran potencia. La literatura nos muestra el mundo de los sadomasoquistas, los asesinos, los maltratadores,  dejándonos personajes por los que sentimos el mismo grado de atracción que de rechazo. Así tenemos el Frankenstein de Mary W. Shelley, El monje de Mattew Lewis, Drácula o Mr Hyde, solo por citar algunos.   

En la noche del 16 de octubre de 1590, un hombre recorre los pasillos de  su palacio con un manojo de llaves, copias que él mismo había encargado temiendo encontrar alguna puerta cerrada.  Lleva dos años casado con su prima  María de Avalos y ha descubierto que ella está enamorada de Fabrizio Carafa, Duque de Andria. A pesar de los esfuerzos de los amantes por mantener el secreto, al final  ha llegado a oídos de Carlo. Astutamente ha hecho correr la voz de que estaba lejos en una cacería, sin embargo,  en el Palazzo San Severo de Nápoles se oye su aliento agitado mientras,  por la casi desierta mansión, con el solo ruido de las puertas que se abren  y se cierran a su paso, y con la fiebre de la venganza en los ojos, no le importa la oscuridad que le rodea. Lleva una  sola vela que alarga su figura y lo hace aún más temible. Los sorprende infraganti y apuñala numerosas veces a María mientras grita: ”Aún no ha muerto! Aún no ha muerto! Los asesina con un ensañamiento  y crueldad que hasta para la época va a ser escandalosa: deja sus cuerpos mutilados, desnuda ella  y con el camisón de su amante a Fabrizio, ensangrentados, enfrente del palacio para que todos puedan verlos.  Dos criados de su confianza le ayudan en tan bárbaro acto. Se siente victorioso y si se refugia en su castillo- fortaleza de la villa de Gesualdo. No lo hace para huir de la justicia, –según el Derecho de la época los asesinatos estaban justificados por las circunstancias–, sino por buen gusto, para no exacerbar los ánimos de los familiares de los asesinados. Así que Gesualdo se marcha, según las crónicas, por cortesía y pundonor. El caso se archiva al día siguiente, “por orden del preboste por cuanto la notoriedad de la causa justa de la cual fue afrentado don Carlo Gesualdo, Príncipe de Venosa para castigar a su mujer y al duque de Andria”.

Es muy interesante ver la relación entre su música y los textos, unos suyos y otros de Torquato Tasso, al que conoció en Ferrara donde fue tras su doble crimen.  Llama la atención por sus disonancias y las armonías tan expresivas, lo que nos hace intuir ya la música barroca. Posiblemente porque cultivó el arte de la música para su propio placer (pocos eran los que en el Renacimiento podían hacerlo) pudo modernizar  el lenguaje armónico, brillando con originales innovaciones formales y llenando sus composiciones de un cromatismo extremo. Igor Stravinsky  dijo de su música: “esto es cromatismo y no las chapuzas de ese torpe de Wagner”.  Su catálogo nos ha llegado incompleto, aunque se sabe que no fue un autor prolífero: Entre 1594 y 1611 escribió cinco libros de Madrigales, dos libros de Canciones Sacras en 1603, Responso de la Oscuridad para Semana Santa y cuatro motetes a María. Sus estrechas relaciones con la Iglesia hicieron que su obra no sufriese los recortes de la censura y que, dado lo marcado de su personalidad, tampoco se dejase influir demasiado por la época, por lo que su obra nos parece al escucharla que fluyese libre por caminos intensos y oscuros.
           
Gesualdo comenzó a frecuentar el palacio-residencia de los D'Este, una familia principesca de Ferrara y uno de los centros musicales más experimentales de Italia, donde conoció a Leonora D'Este, sobrina del duque de dicho nombre. Ese periodo fue uno de los más creativos del autor manierista. Allí vio la luz el famoso “Concerto delle donne”, pensado para tres famosas cantantes italianas e ideó muchos de sus madrigales exclusivamente para su deleite. Al volver casado con Leonora a su castillo se volcó de manera obsesiva en la composición dando rienda suelta a su gran creatividad. Los expertos aseguran que sus composiciones intensamente cromáticas fueron compuestas en este periodo.

            No ha de extrañarnos que la relación con su segunda esposa también fuese mala. Esta mujer, victima de una refinada y perversa mente, lo acusó de abusos(los cuales, como es de esperar, han llegado imprecisos). Lo que sí sabemos es que la poderosa familia dÉste intentó conseguir el divorcio del príncipe y Leonora sin conseguirlo y que, tras la muerte de Gesualdo un tiempo más tarde, se insinuó que estaba su esposa. La leyenda negra que acompaña al personaje habla de que asesinó al segundo hijo de su primer matrimonio al no ver en el rostro del niño sus propios rasgos, dudando así de su paternidad; y a su suegro cuando vino a buscarlo clamando justicia para su hija muerta. No tenemos constatación oficial de estos últimos crímenes y no sabemos qué hay de atribuible a que fuese principalmente en el Romanticismo, donde todo se exacerbaba, cuando musicólogos y biógrafos se interesaron por los músicos renacentistas.

           Como es natural, esto pasó factura a la mente de Gesualdo. Sus composiciones extremas como :  moro, lasso, al mio duolo o, Beltà, poi che t'assenti, que más abajo os dejo con la letra original y la traducción, están compuestas mientras se hacía flagelar por sus sirvientes y coleccionaba reliquias que su tío San Carlo le proporcionaba para curar sus problemas mentales.

            En este escenario de vida tormentosa y enfermedad mental, el autor escribía sus propios textos llenos de belleza, emoción y expresividad y componía la música adecuada a estos y a otros que no eran de su creación. Utilizando unos pasajes sorprendentes, una música inusualmente expresiva y cromática, considerada por muchos como una de las más bellas compuestas jamás y, utilizando unas progresiones que no escucharemos hasta el siglo XIX, este genio y asesino murió  cuando a un sirviente obligado a utilizar el látigo se le fue la mano.



Beltà, poi che t'assenti,
Come ne porti il cor; porta i tormenti.
Chè tormentato cor può ben sentire
La doglia del morire,
E un'alma senza core
Non può sentir dolore.

Belleza, ya que te ausentas,
Y te llevas el corazón; lleva contigo también los tormentos.
Que un corazón atormentado bien puede sentir
El intenso dolor del morir,
Mas un alma sin corazón
No puede sentir dolor 

lunes, 26 de noviembre de 2012

La ilusión lírica



Pero mira que nos gusta etiquetar, teorizar, clasificar o componer a modo de cantata esas opiniones gastadas, por siempre dichas, a las personas y a las cosas. A mí la primera.
 He leído en el blog de un señor, un intelectual de provincias pero de calado, que le molestan los mercadillos ambulantes porque dejan las calles como callejones, y las señoras que van a la compra con sus carritos porque le dan en los tobillos, y los viandantes con los que tiene la mala suerte de tropezarse –todo según él– porque lo dejan maloliente. ¡Pobre hombre!, de verdad, con tanto avance ¿a nadie se le ha ocurrido un tele transportador para que este señor no tenga que pasar por estos “arrabales  del medievo” al ir a su trabajo o a comprar sus libros de Historia? Va a ser porque estoy acostumbrada a vivir cerca, muy cerca del Zacatín, va a ser porque vivo entre perroflautas, titiriteros, músicos de violín desconchado, pintores de suelo, amas de casa que van al mercado de “San Agustín” ,juglares y gitanas que venden romero, por lo que me siento una afortunada de la vida al sacar a pasear a mi perro –sí señor, tengo perro, pero voy con mi bolsita y recojo  sus cacas, aunque no tengo recipiente para sus pipis(todo se andará)– y encontrarme esa corrala viva y heterogénea que ha creado una España salida de la exquisitez de comunión y novena, llena de hombres y mujeres capaces de apreciar, sin populismos del diecinueve,  la cultura. No la cultura del pueblo, ni la cultura con o para el pueblo. La cultura.

  En fin, que encuentro a este señor más propio de hacer de estatua en “el Tenorio” que de escribir un blog.
             
             Amigos lectores, esta vez, nada más.