miércoles, 2 de enero de 2013

El día de Reyes


Todos tenemos personas a las que hemos admirado en la infancia en mayor o menor grado, bien por sus divertidas historias, bien por su apostura, por su inteligencia, por su ingenio… Normalmente suele ser tu padre que te enseña a montar en bicicleta o a no tener miedo a la oscuridad, un hermano o hermana mayor, un amigo
, o una maestra que es capaz de hacernos apreciar que esos signos indescifrables al final nos cuentan una maravillosa historia. Sin embargo, hay algunos que en su infancia son especialmente afortunados: aquellos que mantienen la creencia durante algunos años de que existen los Reyes Magos. Yo, que he de confesaros, que tengo una tendencia natural a fascinarme con todo, que aún sigo mirando las cosas y pensando: “Vaya, esto sí que es realmente extraordinario”, me acuerdo, como si fuese esta misma mañana, de lo poderosos que eran estos magos.
 Una noche de Reyes, al volver a casa después de haber visto la cabalgata con mis padres, oí trajín en el piso de arriba y al preguntarle a mi madre me dijo que eran los Reyes Magos, yo la miré muy seria “¿Sí? ¡He conseguido oírlos! ¿Puedo verlos? Por favor…” Mi madre me cogió de la mano y me dejó en el primer escalón que conducía al piso de arriba. “Sube conmigo, mamá” “No, no, que no, que se van a enfadar, les gusta que los dejen tranquilos mientras hacen su trabajo”. Así estuvimos un rato y como ya habréis imaginado, no subí por no molestar, pero sobre todo, por miedo a esos reyes barbudos y exóticos que eran tan espléndidos y lejanos.

A la mañana siguiente, cerca de la ventana, aún abierta, dijo mi madre:

–¡Qué Reyes más descuidados, que se han dejado la ventana de par en par!”. Yo, sin sentir el frio de enero en la habitación, de rodillas me lancé a abrir mis regalos: una Nancy rubia y una bicicleta, todo un trofeo a mi buen comportamiento. Embelesada, sin poder dejar de mirar ora su pelo dorado, ora sus botas rojas y exaltada por las historias que podría vivir con mi bici azul, amé a los Reyes Magos sobre todas las cosas.

Ahora, cuando has llegado a cierta edad, te das cuenta de que del niño al hombre apenas hay un par de zancadas, unas sonrisas, algunas lágrimas, unos ojos y… la palabra. Es con ella con la que he querido contaros, como testigo, lo que tal vez, sí tal vez, pues nunca se sabe, no volverá a repetirse en mi vida: la ilusión de esta maravillosa tradición, cuyos recuerdos quizá sean un continuo despedirse y a la vez una forma de eternizar nuestra niñez.

Y cómo no me gustan las frases que acompañan las fotos almibaradas ni las sentenciosas, ni las bíblicas, ni las de promesas, ni las que intentan enseñarte cómo pensar, sentir o actuar me despido deseá
ndoos que os inunden la mañana del día seis los de Oriente con promesas y posibilidades.

Feliz día de Reyes

2 comentarios:

  1. Siento tan cercanos tus relatos... Me emocionan . Felices Reyes. LUZ

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    1. Muchas gracias, Luz. Es lo mejor que se le puede decir a alguien que escribe. Un abrazo.

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